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Mis viajes para cortejar en Asturias

21 de Julio del 2019 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

Con mi quiñón de León / di a España su mayor blasón.

Mucho me prestaba a mí León de mozo. Tenía yo una novia en las Asturias de Oviedo. Se llamaba María y era mi "Dulcinea del Sotrondio". Cuando cortejaba, íbala a ver -oh, dulcísimos y enamorados viajes del amor que se fue y no vino- pero casi nunca alcanzaba mi objetivo, bien porque se me escacharraba el 600 -aquel coche también era un amor, y mi cuñada Malena luego le llamaba el "Cupido"-, bien porque hubiera nieve en los puertos, y allí un culín por La Robla, más allá un carajillo pasado La Vid, que es pueblo ferroviario donde los haya hasta el punto de que la calle real corre en línea recta con la catenaria del tren, o porque en Arbás, emplazamiento mágico y atalaya de grandiosos paisajes, amenos prados para la contemplación recostado en el espaldar de un gollizo y convento de cistercienses, paraba a cantarle una salve a la Virgen Negra, Alma Redentoris Mater.

Y a lo mejor entraba en "éxtasis" y ya no quedaba yo en condiciones para acometer las revueltas del Pajares y bajar por el paso honroso.

Así que tuve que hacer el amor por correspondencia, cosa poco aconsejable toda vez que para torear y casarse, hay que arrimarse, dice el refrán. Y así salió todo. Pobre mi señora Dulcinea del Sotrondio, sigo siendo tu caballero andante. Ella también monta guardia junto a los luceros. Ya no es más que el recuerdo: unas cartas amarillas y una fotografía en la que aparece -era guapísima: una sobrina suya que es clavadita a ella se ha convertido en la modelo más cotizada de España- sentada, de pantalón rojo de tergal y rebeca blanca, en un chimorrete del alto de Tarna. Espérame en el cielo. Hasta el momento, el lugar y el talante de María Martínez Zapico no puede ser más sugerente y misterioso.

Pero muy particularmente me perdía por los humerales del viejo reino y al llegar a Toral de los Guzmanes me entraban ganas de tomar vino y de comer conejo. Luego me disipaba por los andurriales del Barrio Húmedo, presentando armas a San Marcelo Centurión, aquel bravo soldado romano que por renunciar a incensar a los ídolos y lanzar al fuego sus condecoraciones de oficial de la Legio VII Gemina Felix Decia fue pasado por la espada en Tagaste. Y honores también rendías, Toñete, que eres un irresponsable, a Genarín, otro santo tutelar de la querida capital de los reyes godos que una noche después de darle mucho al cristal fue atropellado por un camión barrendero y aquello sí que no fue paso honroso como el de don Suero de Quiñones, pues murió mientras al hombre le dio un apretón y fue a tirar de los pantalones, culo a un postigo de la famosa muralla, y no le vio el chófer. Se lo llevó por delante.

Se le honra todos los Jueves Santos. Sus cofrades elevan oraciones por su descanso eterno y desde la Hermandad del Pimple Soplen y Marchen oran preces a San Marcelo, su capitán, y luego van a recorrer monumentos, que siempre tuvo buenas tascas León y las mejores están a la sombra de la Pulchra.

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