Necrológica: Jesús «el Ruso», Zuco
Subtítulo: Un paisano asturiano, desencantado de muchas cosas, pero amigo de sus amigos
Destacado: Artista formado en la URSS, nos aportó mucha información sobre el mundo de las artes
Serían los años cincuenta y tantos; era una tarde brumosa con orbayo asturiano, paseábamos por la calle Uría, a la salida de clase; era este paseo una forma de cubrir el tiempo entre vino y café con algún que otro pincho de chorizo, tortilla de setas o patatas bravas, ya fuese la tertulia en el Perucha, la Viuda de Basilio, La Perla o El Manantial, entre otros de los muchos lugares populares de aquel Oviedín del alma, que diría Manolo Brun. En estas tertulias –uno, que era un crío– iba de «aprendiz de brujo», participando, más con el oído que con la frase, en las críticas sociales, políticas y culturales; asistíamos al Agora Cine-Club, a las charlas del SEU, en el centro, próximo al cine Aramo, o a un concierto del grupo de armónicas «La Praviana», por mencionar algunos de los acontecimientos públicos de la época; luego estaban las reuniones privadas, éstas de carácter clandestino, pero todas ellas muy atractivas y emocionantes, sobre todo cuando iban acompañadas de alguna protesta o manifestación; todo ello era ilusión de un futuro mejor… luego llegó el futuro y se durmió; fútbol y botellón.
Hacía muy poco tiempo que Oviedo disponía de una gran sala de exposiciones ubicada en la Obra Social de la Caja de Ahorros de la Escandalera, la entrada era a través de un túnel y se llegaba, primeramente, a la sala baja en donde asistíamos a conferencias, sesiones de documentales o conciertos de piano; estas dependencias estaban decoradas por unas importantes piezas del malogrado artista Paulino Vicente «el Mozo»; aquella tarde de orbayo alguien sugirió el visitar en esta sala la exposición de Jesús Díaz «el Ruso»; yo por aquel entonces no conocía a Jesús, nos acercamos a la sala y nos sorprendió aquella novedosa pintura, fresca y espontánea, inspirada en estepas rusas y realizada con una extraordinaria soltura. Acababa de descubrir a uno de los artistas formados en la URSS, «niño de la guerra», y que venía hablándonos de nuevos horizontes y técnicas de pintura y grabado, sin duda alguna había llegado, como un día me dijo Úrculo, su gran maestro y a la vez maestro de otros muchos incipientes artistas asturianos. Luego pasaría a ser Zuco, ya profesional de las artes y del mundo editorial; convivimos en Madrid, en la galería Balboa 13; me visitaba en Navelgas o quedábamos en Luarca durante los veranos.
Zuco era ante todo un paisano asturiano, desencantado de muchas cosas, pero amigo de sus amigos y con una gran calidad artística y humana que nos aportó mucha información sobre el mundo de las artes y con quien los asturianos estaremos siempre en deuda y sobre el que tristemente existe un gran desconocimiento; su fallecimiento me ha cogido de sorpresa, aunque sea lo más natural del mundo. Rercordaré su llegada a Oviedo y me recrearé en la última conversación durante la comida que celebramos aquí cuando expuso en la galería Costa de Diego, hablamos de lo divino y lo humano… y lo encontré muy solo. Ahora esto se acabó y allá a donde vas, Zuco, te vas a encontrar con todos aquellos que te han sabido valorar.
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