Ciencia y cientificismo
La recesión económica ha agravado la situación de la investigación científica. Esta falta crónica de ayuda pública y su negativo efecto para nuestro futuro bienestar están bien documentados. El círculo virtuoso del I+D+i como D de desarrollo, no desarrollismo, es todavía una declaración de intenciones. Los propios científicos han denunciado públicamente su situación. Afectados directamente por precariedad y recortes, o lo que es peor, por el paro y el éxodo, constituyen un colectivo cuya formación y talento está desaprovechado. Un despilfarro en todos los sentidos. La investigación científica básica por su interés público debe ser financiada o participada por el Estado garantizando su estabilidad, independencia y no debe estar condicionada por políticas improvisadas y demagógicas o por grupos de interés. El mecenazgo privado financia la investigación como inversión económica y no siempre tiene como finalidad el interés general. La investigación en biomedicina y las multinacionales farmacéuticas, las petroleras o la industria armamentística que nos ha convertido en víctimas y rehenes de su monopolio y turbios negocios son buenos ejemplos. En estrecha conexión con estos problemas urge la necesidad de acercar la ciencia y sus métodos al gran público y acabar con la falsa imagen oracular y distante de la investigación. En un momento crítico en que su aportación es imprescindible ante problemas globales como el cambio climático, extinciones, deforestación, transición energética, pobreza, desigualdad, inmigración, etcétera. Tarea trascendental para concienciar, implicar y alentar el espíritu crítico de la ciudadanía. El déficit de alfabetización científica a la que no es ajena la clase política (algunos dirigentes se diría que hacen ostentación de ello), junto con el ruido y resonancia de las nuevas tecnologías de comunicación, es el caldo de cultivo perfecto donde se asientan la manipulación, auténticos disparates como el “terraplanismo” o el “negacionismo” del cambio climático, pseudoterapias, intrusismo y todo tipo de miméticas divagaciones disfrazadas de investigación. Todas estas circunstancias sumergen a la ciencia, que es suplantada por esta nebulosa gaseosa de charlatanería sensacionalista, y son una amenaza para su credibilidad e independencia. En este contexto es asimismo crucial apelar a la honestidad intelectual, la buena praxis y ética del investigador.
El postulado básico, razón misma de la ciencia y guía del investigador, es que la naturaleza es objetiva y no proyectiva. Este postulado establece que los fenómenos naturales estudiados no pueden interpretarse como resultado de causas finales. Dejar de lado este principio y el de verificación es alejarse de la práctica científica y adentrarse en el terreno de otras creencias. Esto lleva directamente a plantear nuestro papel en la naturaleza. No hay discontinuidad biológica entre nosotros y el resto de las especies. Conviene recordar que no somos especiales y no estamos por encima de nadie. Sí la hay en nuestra desarrollada cultura y tecnología que nos otorga una capacidad de transformación, explotación y destrucción de la naturaleza formidable. Esta capacidad nos da tal poder que nos ha liberado de las condiciones de presión y selección natural a la que están sometidas el resto de especies. Hemos pasado a ponerlas nosotros. Ya no participamos en los procesos ecológicos, somos artífices transformando la naturaleza de forma consciente y dirigida. El resultado es que creamos dominios o entornos artificiales con un costoso balance energético a diferencia de los ecosistemas naturales, funcionales y autónomos mucho más eficientes donde la vida se preserva y evoluciona. Esta distinción que casi es un truismo es clave para abordar la investigación y conservación de la naturaleza. No asumirla es una forma de “negacionismo” que introduce un claro sesgo al no aceptar nuestra especial condición como agentes conscientes (finalismo) y obviar las conclusiones de estudios poco menos que incuestionables. De hecho, de lo que tratan los estudios más rigurosos, avanzados y mejor apoyados internacionalmente es en establecer el alcance de la llamada huella ecológica causada por la actividad humana. Es indiscutible que la biología de la conservación o la ecología pueden y deben tener como objeto de estudio nuestra interacción con la naturaleza a condición de no incluirnos como unos integrantes más de los ecosistemas naturales. Hacerlo es una de las mayores fuentes de error que desorientan al investigador y a quienes lo apoyan pues de forma subrepticia deja de lado el postulado de objetividad. Convertido ya en un convencionalismo, bajo su paraguas proliferan estudios y planes que justifican todo tipo de intervenciones y crean una falsa concepción de la compatibilidad. Se hacen afirmaciones que equiparan conservar el paisaje humanizado con conservar la naturaleza. Se iguala ecológicamente un prado de siega con un bosque primario o se defiende la ganadería como fundamental para la pervivencia de los ecosistemas de montaña o para solucionar los incendios que provocamos para que vuelva a pastar el propio ganado. Se defiende la caza para mantener el equilibrio de los ecosistemas. Se cuestiona el papel ecológico de los depredadores. Se gestionan los ecosistemas fluviales como piscifactorías y los espacios protegidos como un patio de recreo con carteles. Más grave e injustificable es que las propias administraciones públicas ya sea por electoralismo, por intereses espurios o para ocultar su mala gestión promuevan estudios y ejecuten proyectos sin transparencia, deliberadamente sesgados, sin soporte científico y de profundas implicaciones éticas. Los profesionales e investigadores a pesar de las estrecheces no pueden en nombre de la ciencia prestarse a “precocinar” estudios, participar en fantasías jurásicas o prescribir documentos-placebo y servir de instrumentos para otra cosa que no sea la búsqueda de la verdad y el interés general. Desviarse del exigente código ético de la investigación usando métodos inadecuados o deshonestos es ir más allá de la ciencia. Es cientificismo que puede tildarse de populista pues resulta muy atractivo, producto precisamente de todos los problemas que se han apuntado y porque nos brinda soluciones fáciles de entender y descarga de responsabilidad. Nos apoyamos en el conocimiento científico por su objetividad y neutralidad, adulterarlo para justificar nuestras decisiones y deseos no es ético. Es quizá el peor momento posible para malas prácticas y cometer errores. Necesitamos la ciencia para conservar la naturaleza, que es insustituible, al tiempo que cubrimos nuestras necesidades presentes y futuras.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

