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Heinrich Heine, amigo de España

20 de Agosto del 2019 - José María Izquierdo Ruiz

Al español le pertenece la gloria de haber creado la mejor novela del mundo

Heine (Düsseldorf, 1797-París, 1856), de estirpe judía, circunciso, pero bautizado a los 28 años por necesidad social; conocedor del hebreo pero escritor en alemán, fue para muchos el mejor poeta y narrador europeo de su época. La primacía del teatro queda para Schiller, y la mítica para Goethe con su monumental “Fausto”. Inicialmente romántico, se ha dicho que fue el enterrador del romanticismo; de su materia, no de su forma, que compaginó con ironía, sarcasmo y crítica, sobre todo contra Prusia, Bismark, la Dieta Federal y la Santa Alianza, por lo que hubo de exiliarse a París, donde acabó sus días. Su verso, y su prosa son de gran limpieza métrica, precisión, sencillez, brevedad y gracejo, sin adjetivación difuminadora, al servicio de una lírica realista. Esa sencillez y brevedad le lleva, igual que a Chejov, a no escribir novela.

En España, en su siglo y a inicios del XX, fue muy bien valorado. Las “Rimas” de Bécquer, las “Doloras” de Campoamor, algunos poemas de Juan Ramón se inspiran en Heine; y sobre todo las poesías, tanto gallegas como castellanas, de Rosalía de Castro. Son más heineanas que las del mismo Bécquer; “hay en ellas un fondo de amargura y un acento de sarcasmo que suele faltar en el autor de las ‘Rimas’”. De este heterodoxo y judío converso dice el muy ortodoxo don Marcelino: “Su obra es como un fruto acre y picante, y a vez tierno y sabroso”. Ensalza también Menéndez Pelayo “la delicadeza incomparable de su poesía, y que siempre lo tuvo como el primero de los satíricos modernos”. También en su “Fortuna de Heine en España”, Emilia Pardo Bazán habla de su “devoción por su poeta favorito, que le ha entrado tanto por las puertas de la cultura literaria, como por las del corazón y fantasía; con su vena satírica y sus arrebatos amorosos, lo que bellamente llamó un crítico el elemento femenino de Heine”.

“Al separarse dos almas que se han querido, ¡ay, las manos se dan / Entre nosotros dos no hubo lágrimas ni suspiros / Ay, lágrimas y suspiros explotaron después... ¡muy tarde ya!”.

El sentimiento y aprecio de Heine por lo español, no fue menor: “A los once años “El Quijote” fue el primer libro que leí y, después, cada lustro de mi vida. Era un niño y no sabía de la ironía que Dios había creado en el mundo, así que derramé las lágrimas más amargas cuando el noble caballero sólo recibía ingratitud y palos; en mis años mozos comprendí que, mediante la sátira mezclada con realismo, quería destruir las novelas de caballería”. “La grandeza política de España en aquel tiempo contribuyó a elevar el espíritu de un escritor, en donde tampoco se ponía el sol”. “Cervantes funda la novela moderna al introducir en la de caballería la descripción fiel de las clases bajas, mezclando en ella la vida del pueblo; y, como quiera que los dos protagonistas –Don Quijote y Sancho– parodian siempre el discurso del otro, la intención del autor es clara. Hasta entre ‘Rocinante’ y el asno existe el mismo paralelismo irónico”. “Hemos de venerar a Cervantes como el fundador de la novela moderna”. “Igual que Murillo pinta sus más celestiales madonas, junto a la imagen de un niño pordiosero quitándose los piojos; y como hace Quevedo al escribir sus novelas de pícaros y de pordioseros”.

Tras Cervantes, los mayores elogios de Heine son para el mejor poeta sefardí Yehudá Ha-Leví, quien dominando el castellano escribió su obra en hebreo; a él dedica Heine un largo romance. “Él vio la primera luz en Toledo de Castilla” (confundiendo Toledo con Tudela). “Sí, él fue un gran poeta”. Lo que no dice Heine es que además escribió el primer poema castellano, la primera hardja que, puesta en judeo-español moderno, diría: “Desde cuando vino mi Sid tan bueña albrisia / Kom un rayo de sol salió en Wad el Hagara (Guadalajara)”. “Eran sus poemas como su alma”. El poema de Ha-Leví “Himno a la Creación”, escrito en hebreo, fue traducido al castellano por Menéndez Pelayo.

Hay muchos textos de Heine relativos a la geografía e historia hispánica, en el lenguaje irónico acostumbrado, como “Bajo los muros de Salamanca”, y “Cerca de mí vive don Henríquez”. En su poema “Almanzor”, nos lleva de la mano por las 1.300 columnas árabes de la catedral de Córdoba, y luego sale con su corcel hacia Alcolea del Guadalquivir, donde vive Clara de Mendoza, y mientras su padre pelea en Navarra, ella se entrega sin tasa al regocijo. “Almanzor y doña Clara están callados y a solas... y mientras la dama llora de amor, sueña Almanzor que la cúpula de la catedral de Córdoba se desploma y que los dioses cristianos se lamentan entre los escombros”.

En “Don Ramiro”: “¡Doña Clara, doña Clara / tras tantos años de amor / tu propia mano traidora / la puñalada me dio”. En otras palabras, doña Clara y don Fernando se casan mañana y don Ramiro asiste a la fiesta de despedida: “... me llamaste y aquí estoy... pero don Ramiro esta mañana murió”. La presencia de Ramiro sólo fue una ensoñación.

En “Mosaico español” Heine hace un recorrido por España –en octosílabos, con ritmo y metro, pero sin rima–. “El rey Pedro (el Cruel) y María de Padilla se casan en secreto y tienen hijos; luego el rey se casa oficialmente con Blanca de Borbón, y luego con Juana de Castro, pero finalmente los hijos de María son los herederos al trono”. ¡No sé qué dirían a esto Enrique de Trastámara y el primer Príncipe de Asturias!

“Atta Troll” es uno de sus mejores poemas. Es un oso cuyo dueño en Cauteret lo maltrata en las ferias y mercados junto a su pareja “Mumma”. Escapan a una cueva española, muy cerca del que llama “Tajo de Roldán”, el desfiladero del “noble valle de Roncesvalles”, de donde no pudo escapar la retaguardia del ejército francés y con ellos Roldán, el de la Chanson.

Heine expresa su afinidad con el asturiano Riego, por su levantamiento en Cabezas de San Juan, para reponer la Constitución de 1812, “que dibujó en Europa la esperanza de romper el dique de los poderes arcaicos de Viena”.

Además de la atracción recíproca entre Heine y España, cabe reseñar la influencia que en la poesía de Heine tuvo el Romancero español. Ya en su madurez acarició Heine la idea de trasladarse a España: “Estoy pensando siempre en España, me siento irresistiblemente arrastrado hacia Madrid, donde espero perfeccionar mucho mi construcción de asonancias”.

“Pero dime, amada mía, ¿por qué de pronto te has ruborizado? / Me picaban los cínifes, mi amado / y sus hembras son odiosas en el verano”.

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