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Sorpresa en Perlora

19 de Agosto del 2019 - Rubén Álvarez Vázquez (Gijón)

En los días laborables del verano, si hace sol, solemos desplazarnos a la antigua ciudad residencial de Perlora a pasar la tarde porque hay bastante aparcamiento y podemos dejar al perro atado a la sombra, mientras disfrutamos de los rayos de “Lorenzo” devorando un buen libro o simplemente sesteando. Obvia decir que, si el animalito tiene alguna necesidad fisiológica “sólida”, me preocupo de recoger el correspondiente “producto” y depositarlo en una bolsa cerrada en la papelera más cercana. Es una lógica contribución a la limpieza general de un lugar tan acogedor.

Sin embargo, recientemente, después de aparcar en la explanada de la ciudad, nos dirigíamos con la correspondiente bolsa playera y hamaca, cuando observamos a una niña merodeando en las cercanías del árbol junto al que habitualmente nos acomodamos y al que atamos a nuestra mascota. Cerca de allí estaba el abuelo de la menor, sentado bajo una sombrilla. En principio, nada sospechoso.

¡Iluso de mí! Justo acababa de dejar la hamaca y la bolsa en el suelo, cuando observo horrorizado que junto al árbol había un zurullo fresco, de origen humano sin duda, medio tapado por una toallita húmeda, de esas que se utilizan para limpiar a los niños pequeños.

Huelga decir que nos vimos obligados a buscar un emplazamiento alternativo porque ni pensábamos recoger nosotros la mierda de otro, ni teníamos intención de pasar la tarde aspirando los correspondientes efluvios.

Obviamente la niña había tenido una necesidad urgente y se había puesto a aliviarla a la sombra del noble árbol, supongo que con el visto bueno del abuelo. Lo que me pregunto yo es por qué algunas personas hacen o toleran cosas así y se quedan tan panchos, cuando lo lógico habría sido acompañar a la chiquilla a los baños más cercanos (la ciudad residencial tiene nada menos que tres), en lugar de decirle que se pusiera a abonar el terreno en el árbol más cercano. Si esta es la educación que damos a la infancia, es para echarse a temblar. No sé por qué nos indignamos cuando de mayores hacen botellón y dejan toda la basura esparcida.

En fin, no queda otra que armarse de paciencia, mirar bien al suelo antes de pisar y seguir siendo cívicos, aunque otros se pasen la urbanidad, dicho vulgarmente, por el arco del triunfo.

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