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Abascal y el discurso que nadie hizo

14 de Agosto del 2019 - Rodolfo Espina

Rodolfo Espina, Presidente VOX Asturias

El lunes 22 de julio, del supuesto debate de investidura, a algunos se nos hacia un nudo en el estómago al observar la apelación sanchista al Frente Popular para investirse presidente del Gobierno de España, afortunadamente sin éxito por razones prosaicas –choque de egos– al no entenderse a la hora de repartir sillones. En todo caso, para muchos españoles la desvestidura no fue ningún fracaso si tenemos en cuenta el tamaño del cepillo que tienen preparados podemitas y separatistas en un momento de la historia en el que nuestra democracia se enfrenta a retos o, mejor dicho, a amenazas sin precedentes, entre ellas la ofensiva golpista que, como todos sabemos, no cesará nunca mientras se la cebe como han venido haciendo la mayoría de los gobiernos.

Bostezaban algunos diputados conscientes de que a la vuelta del verano vendrá la segunda intentona, incluidos los socialistas, despertando éstos de la cabezadita a palmazo limpio de Adriana Lastra, reconvertida en aplausómetro sanchista de una tropa adormecida.

Subtítulo: Llamar a las cosas por su nombre desde la tribuna del Congreso de los Diputados

Y solo en ese contexto de un debate, como se dice ahora, “fake”, se entiende lo más grave de todo, la absoluta ausencia de un programa de Gobierno por parte de Pedro Sánchez, no tanto porque no lo tenga –por insustancial que sea–, sino porque aún aspira a cocinarlo en pactos de despacho a espaldas de los españoles.

No seré yo quien cuestione los discursos de los representantes del Partido Popular o de Ciudadanos, por más que no hayan estado, a mi juicio, a la altura de la firmeza que requieren las circunstancias de extrema gravedad que hoy vive nuestro país. Pero ya tengo unos cuantos años para comprender la carga extra de valor que exige enfrentarse a la poderosa dictadura progre, insultona, macarra y ponedora de cordones sanitarios a quienes no piensan como ellos. Al fin, el odio y el autoritarismo que se gastan han tenido sus consecuencias en forma de los “complejines” que nos siguen avergonzando. ¿O no hay nada que decir ante el homenaje el pasado domingo a Xabier Ugarte en Oñate, uno de los etarras que secuestró a Ortega Lara? No hemos escuchado a nadie uno de esos, ¿lo oyen?, tan de moda, añadiendo: “Son los asesinos”.

Por eso no puedo estar más satisfecho del discurso del presidente nacional de Vox, Santiago Abascal, no solo por lo que dijo, por su veracidad y contundencia, a lo que me referiré después, sino por algunas otras razones. En primer lugar, al dar lectura Sánchez al escrito que le preparó algún amanuense para contestar al portavoz de Vox, sin improvisación alguna, demostró su inferioridad intelectual frente a Abascal, porque, hombre, si realmente te crees lo de ultraderecha, el fascismo, el neofranquismo y toda la retahíla discursiva que utiliza contra mi partido, la habría rebatido; sería su obligación como hombre de Estado. En segundo lugar, al obviar dirigirse a Santiago Abascal y centrar sus palabras en Casado y Rivera constató una vez más su profundo talante antidemocrático frente a un partido constitucional votado por casi tres millones de españoles.

“¿Lo oyen? Es la ultraderecha”, fue todo lo que atinó a decir un Sánchez sorprendido ante un discurso que llamó a las cosas por su nombre, como no había hecho nadie antes, y que le espetó su propósito de gobernar con todas las facetas del extremismo político, comunistas viejos y nuevos, separatistas, proetarras, chavistas y golpistas. Sánchez le ignoró en su turno de réplica; normal, tendría que haber explicado qué “oye” él en Navarra ante el pacto de la vergüenza del PSOE con Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezquerra, y Otegui por Bildu.

Por supuesto que el miedo es una mordaza muy poderosa, como recordó Abascal, al contar los pocos que se solidarizaron con Vox ante las agresiones, amenazas e insultos recibidos por nuestros simpatizantes en la reciente campaña, pero al miedo se le gana con valor, el que da la seguridad de las propias convicciones y ver toda ausencia de ellas en el empleado o marioneta que los ultras de verdad quieren colocar en la Moncloa, al servicio, cómo no, del dinero, para la supervivencia de sus chiringuitos ideológicos. Por eso este discurso era imprescindible, porque puso voz a lo que millones de españoles piensan y en algunos lugares no pueden ni insinuar.

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