Contra el fundamentalismo católico
Resulta sorprendente que distintas voces y en variados medios estén repitiendo cansinamente el mismo mensaje de una supuesta persecución religiosa por parte del Estado y/o del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero e intenten hacer ver a la opinión pública y a los creyentes católicos una ofensiva laicista contra los valores cristianos, católicos, etcétera. Una de las últimas de estas voces de la que he tenido conocimiento ha sido la de Julia Navarro. Desde su parcela de poder de opinión en LA NUEVA ESPAÑA critica por una parte que los ateos, agnósticos e infieles en general celebremos la Navidad, acusándonos de incoherentes y de apropiación indebida de una fiesta religiosa, la cual pretenderíamos transformar en una fiesta laica. Más adelante critica que determinados ayuntamientos adornen las calles con motivos luminosos que no reflejen fielmente, según ella, los símbolos religiosos cristianos.
Pues bien, por un lado, la señora Julia Navarro comete un error de omisión grave, al ocultar que fue la Iglesia católica la que se apropió de todas las fiestas paganas que existían con anterioridad al cristianismo, transformando su sentido según sus propios intereses proselitistas, ayudada por su condición de religión de Estado. No creo que haga falta abundar en este hecho sobradamente conocido, tan sólo recordar que la práctica totalidad de las fiestas del calendario cristiano se corresponde con anteriores celebraciones paganas.
Por otro lado, lo que los ateos, agnósticos, incrédulos, infieles, panteístas y/o paganos hagamos o celebremos tanto en las fechas navideñas como en cualquier otra, es asunto nuestro, no creo que sea cuestión sobre la que se deba pronunciar la señora Julia Navarro, ni ningún otro representante del fundamentalismo católico. Para mí como ateo estas fechas suponen la participación en eventos familiares, sociales y de trabajo, básicamente comidas o cenas, a los que no voy a renunciar por la intransigencia de ninguna fundamentalista católica o de cualquier otra religión. Y eso no me priva de mi derecho de seguir criticando la ocupación del espacio público por parte de las confesiones religiosas que pretenden imponernos a todos su moral y su dogma.
No debería ignorar la señora Navarro que los ateos, agnósticos y/o infieles no vivimos en el limbo ni somos extraterrestres y que convivimos en nuestro entorno familiar y social con personas creyentes (que no comulgan con las ruedas de molino de la conferencia episcopal, por cierto) y un mínimo de educación nos hace contemplar, e incluso asistir, a algunas de las manifestaciones populares de la Navidad en el ámbito doméstico. No nos importa reunirnos con nuestra familia en torno a una mesa la noche del 24 de diciembre, aunque parece que a la señora Navarro le molesta que participemos de estos eventos.
Me llama la atención que la señora Navarro no diga una palabra sobre la responsabilidad de la propia Iglesia católica en su pérdida de credibilidad ante las evidentes muestras de incoherencia entre lo que dice defender y su propia práctica.
El último domingo de diciembre tuvimos un ejemplo más de este divorcio entre sus palabras y sus obras: un nuevo episodio de manifestación promovida por la jerarquía católica con una finalidad política evidente, desgastar al Gobierno socialista. Los católicos tienen derecho a manifestarse las veces que les venga en gana, pero no pueden pretender que ante sus manifestaciones políticas y partidistas la sociedad civil permanezca impasible y muda y en consecuencia, tendrán que aceptar también las críticas de la sociedad democrática.
Y finalmente, resulta bochornoso para cualquier persona con una mínima formación en la historia de la Iglesia católica en Europa leer sobre esa pretendida persecución laicista del cristianismo, cuando ha sido la Iglesia católica la mayor persecutora de todos los que no comulgaban con su forma de entender la fe. Es un insulto para los cientos de miles de víctimas del fundamentalismo católico que se denuncie ahora una persecución inexistente.
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