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A la vejez, imagen

21 de Abril del 2010 - Ramiro F. Alonso (Oviedo)

Son pocos, casi una minoría, pero me llaman poderosamente la atención. Son esos caballeros entrados en años, muchos, que cada mañana salen de sus casas a dar su paseo matinal impecablemente vestidos, dulcemente perfumados, apurados perfectos. Pinceles callejeros que enriquecen nuestra ciudad con su elegancia y apuesta decidida por el cuidado personal.

Las personas mayores no hemos renunciado a la belleza. Aunque cada año se «jubile» una top model, las personas no desaparecemos al cumplir los 30 años. Mucho menos al llegar a los 70. Sin embargo, todo el negocio de la imagen (publicidad, moda, peluquería…) centra su actividad en los jóvenes.

Muchas veces lo he comentado: la imagen es una herramienta poderosísima a nuestra disposición. Y lo mejor. ¡No la hemos de ganar! Nos viene de nacimiento y a nosotros nos corresponde sacar el mayor provecho de ella. Nuestro aspecto, nuestro modo de hablar, nuestro porte… contribuyen a hacernos un hueco en esta sociedad que todo lo juzga. La imagen, por tanto, ayuda a alcanzar el objetivo de la realización personal, pero… ¿una vez lograda ésta? ¿Nos volvemos ciegos? No, ni mucho menos.

Hay muchas personas que se despreocupan por la imagen una vez que alcanzan una edad y una posición. Conforme cumplen años van perdiendo miedo al qué dirán, a los ojos de los demás. Todo es relativo y lo que puedan pensar de su aspecto no lo es menos. Han dejado, asimismo, de confiar en su imagen, nunca la han valorado y sólo ha sido la máscara con la que desenvolverse en la sociedad, porque, no debemos olvidar que, cuanto más se abandona uno, más le abandonan los demás. Sin embargo, preocuparse por el aspecto físico a determinadas edades no es anhelar seducir o conquistar nuevas posiciones, sino gustarse a uno mismo para vivir la vida que resta de la manera más agradable posible, ya que, quién cuida su imagen demuestra creer en sí mismo.

Muchos son los mayores que se resignan y dicen que para qué van a comprar tal o cual prenda si para cuatro días que le quedan no la van a aprovechar. Esos cuatro días son decisivos, porque a nuestra edad algunos caprichos son urgentes. Es cierto que no queda nada por lograr, pero cada nuevo día… ¿no es suficiente motivo para alegrarse y disfrutarlo?

Si algo hace sonreír de nuevo a una persona mayor cuando su salud empieza a debilitarse y sus capacidades se merman es recibir la visita del peluquero. Esa pequeña actuación en su peinado le hará recordar buenos momentos de su vida y le dará confianza para sonreír cuando las visitas le digan ¡qué bien luce hoy!

Una imagen cuidada, a cualquier edad, es un activo en nuestra confianza y alegría vital. Desatender nuestro aspecto bajo la creencia de que es una imposición de los demás es desaprovechar todo el bienestar que nuestra propia imagen puede proporcionarnos. Por eso, dentro de nuestras posibilidades, procuremos ser como esos caballeros que impecables, día tras día, al cerrar la puerta del portal tras de sí reinventan su juventud. Apostemos por nuestra propia imagen tengamos la edad que tengamos, no por los demás, por nosotros porque dicen que la mayoría de edad es organizar la juventud diferente cada año.

La vejez es la fórmula de una rendición: la asumimos cuando renunciamos a vivir. Sin esta renuncia, los años no nos hacen viejos, no; nos dan el atractivo de la juventud serena que dan la experiencia, la sabiduría y la vida.

Ramiro F. Alonso

Psicoesteta, Oviedo

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