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La sinceridad y la templanza

20 de Agosto del 2019 - José Antonio Coppen Fernández

Nos apresuramos a dejar constancia que no se puede confundir sinceridad con descaro y lo decimos porque somos conscientes de que ocurre con cierta frecuencia. A veces, algunas personas que están alardeando de sinceridad, lo que realmente están cometiendo es un gesto abiertamente de descaro. Hace unos días así se lo advertí a una joven. No cabe duda de que la sinceridad es una virtud exigente, ya que se puede faltar a la verdad de distintas y sutiles maneras; por ejemplo, con la simulación, que es mentir con los hechos, o con la hipocresía, pasando por lo que no se es, o con la jactancia, atribuyéndose uno excelencias que no posee, o con adulaciones, cuando se engaña para sacar algún provecho de los otros.

Además, la sinceridad es la virtud de quien se comunica y actúa de acuerdo con sus sentimientos, creencias y pensamientos, lo que puede ser la base de una buena amistad. Para mayor abundamiento, es el modo de expresarse sin mentiras ni fingimientos. En realidad, el término está asociado a la verdad y la sencillez e implica respeto por la verdad.

En cuanto a la templanza, que en cuanto nuestra perspicacia así lo advierte, la valoramos adecuadamente. No hará falta decir que está relacionada con la sobriedad o moderación de carácter. Es decir, una persona con templanza reacciona de manera equilibrada, ya que goza de un considerable control sobre sus emociones y es capaz de dominar sus impulsos. Alguien dijo que vivir templadamente hace sana y rica a la gente.

Cuando nos disponemos a escribir sobre este o aquel tema, nuestra buena costumbre es basarnos en nuestras apreciaciones que el sentido común nos pueda proporcionar. Y, por tanto, cuando ponemos ejemplos concretos no lo hacemos a la ligera.

Viene a cuento esto como añadido al contenido del artículo que nos publicó hace días LA NUEVA ESPAÑA relacionado con los importantes cursos de verano que organiza desde hace bastantes años la Fundación Princesa de Asturias, programas por la Escuela Internacional de Música. Al referirme a la directora de la Fundación, Teresa Sanjurjo, la que conozco desde que llegó a ocupar tan importante cargo, deliberadamente destaqué de ella su templanza y no creo haberme equivocado. También cité, entre otras personas, a Luis Fernández-Vega Sanz, oftalmólogo, como presidente de la citada Fundación, y quiero aprovechar ahora para decir, como cosa curiosa, lo que me olvidé entonces. Siempre que le veo me acuerdo de su abuelo, cuando mi madre me llevó a su consulta a los 9 años y de la misma salí con gafas, que soporté hasta hace dos años sobre mis narices. “Pero como hoy las ciencias adelanten que es una barbaridad”, hace dos años fui operado, y, tras la misma intervención, prescindí de ellas, hasta para conducir. ¡Aleluya!

Perlas de la sabiduría: “La templanza es un gran capital”, según nos advirtió Cicerón.

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