La cosa empezó en Roma
En tiempos del Emperador Julio César se decidió realizar un nuevo Calendario. Posiblemente escogieron para su inicio el 1 de enero, día en que mengua la noche y crece el día, en el hemisferio norte; día que ahora se determina como 21 de diciembre. Sabían que la rotación del ¿sol? era casi de 365 días y 1/4 de día. Decidieron que el cuarto año tendría 366 días (los tres años anteriores 365 días), siguiendo así, es decir, tres año; 365 y el cuarto al que se llamó Bisiesto: 366 días, etcétera.
Pasó mucho tiempo y concretamente en 1582, se observó que el primer día del año iba paulatinamente separando del día en que empieza el solsticio de invierno, que así se llama la fecha en que los días empiezan a crecer.
Gregorio XIII y sus asesores corrigieron de cierta manera aquel desvío.
Considerándome el más menguado de los "perogrullos", me permito proponer otra forma distinta.
Tomo como axioma esta definición, "Año: tiempo que invierte la Tierra en su revolución alrededor del Sol; astronómicamente se calcula en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos". Acto seguido se tomó la libertad: considerar que los segundos, en lugar de 46, son 45.
Vemos que a cada año le faltan 11 minutos y 15 segundos para llegar a las 6 horas (la cuarta parte de un día). 11x60+150=675.
Pues bien, un día tiene 24 horas que por 60 minutos y por 60 segundos son 86.400 segundos. 86.400/675=128 exactamente (para conseguirlo quité anteriormente un segundo). Por otra parte 128 es (favorable casualidad) divisible por 4. Es decir que en 128 hay 32 múltiplos de 4. Si dejamos que los sucesivos 32 múltiplos de 4 sean bisiestos, estamos cometiendo un error de un día; 32x4x675=86.400. Así que dejando el año 128 normal, de 365 días, corregimos el error acumulado, exactamente.
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