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Presidente sin aura

21 de Abril del 2010 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

En democracia cuando un líder político cae en la ponderación del electorado, resulta bastante difícil poder remontar el vuelo por mucho voluntarismo y palabrería que se ponga en el intento. El declive de la popularidad de Rodríguez Zapatero le ha situado actualmente en una zona de riesgo. Además, el desgaste de este dirigente se ha roducido de forma muy acelerada y afecta esencialmente a la imagen personal del presidente del Gobierno, que viene sufriendo desde hace meses un deterioro que, sin exageraciones, podría tildarse de notable. Ni la ansiada presidencia rotatoria de la Unión Europea, tan esperada desde hace tiempo, lo está impidiendo.

Parecidas experiencias anteriores han venido demostrando que dirigentes políticos que sufrieron procesos similares después han perdido las elecciones, incluso aunque en etapas más próximas a las urnas, logren recuperar parcialmente la confianza de algunos votantes. En esta situación actual es lógico que muchísimos socialistas asuman -en voz baja de momento- la existencia de una crisis de liderazgo. Y aunque algunos dirigentes del aparato de Ferraz no lo reconozcan públicamente, hay mar de fondo en el PSOE, porque se siguen detectando síntomas inequívocos de pérdida del poder.

José Luis Rodríguez Zapatero se ha convertido en un problema para los suyos porque multitud de ciudadanos, que es preciso tener en cuenta, lo identiican con la ineficacia ante la aguda crisis que sigue padeciendo el país, el sectarismo ideológico y la retórica inservible para afrontar los problemas que presenta la sociedad española. Y aunque faltan menos dedos años para las elecciones generales -caso de agotarse la legislatura-, hay demasiadas evidencias en la opinión pública que serían difíciles de alterar si el principal partido de la oposición no se empecina en ello.

Zapatero, pues, ha empezado a oír a su paso murmullos de descontento entre sus propios correligionarios, e incluso, solapados ruidos de sables. Estas situaciones en realidad se rigen bajo una simple forma tomada de la jerarquía del "caballo ganador". Las victorias electorales otorgan un liderazgo intangible, pero el aura sólo dura hasta que aparecen las derrotas y/o los fracasos. Los éxitos en las urnas, con el efecto "maillot amarillo", generan autoridad y carisma político y cualquiera que se viste de ese color, o sea, de líder, empieza a comportarse como tal. Como dicen los cronistas deportivos del ciclismo: "el jersey amarillo da alas".

Y los triunfos en las urnas también. Pero a Rodríguez Zapatero, tras seis dulces años en el poder, le ha empezado a abandonar el ángel. La unanimidad socialista parece que no se debía a ninguna seducción ideológica, sino más bien a sus victorias. Zapatero es un político variable de ideología fluída, uno de esos políticos cambiantes con programas de diseño, un producto típico de la postmodernidad que trata de acabar con los valores tradicionales y muchas convicciones verdaderas.

En su día, Zapatero ha demostrado un olfato demoscópico bastante agudo, entre el márketing y el populismo, para conectar con el gusto de los votantes. Y esto, durante el ciclo ganador es un filón, pero con los primeros fracasos, ese discurso repentista lleno de improvisaciones y contradicciones, produce vacilación y desconcierto. Mientras el líder gana, a eso se le llama olfato, pero cuando deja de aventajar, se le denomina inconsistencia.

Por eso, en realidad no es que los suyos no le perdonen la pérdida de olfato, más bien no le perdonan que haya dejado de ser el fijo caballo ganador en las apuestas.

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