Vergüenza ajena

2 de Septiembre del 2019 - María Josefa Sanz Fuentes

Sí, vergüenza ajena es la que me embarga desde hace ya unos cuantos días. Y lo que es más triste, vergüenza por todo lo que se está vertiendo en prensa sobre algo y alguien para mí muy queridos: la parroquia de San Salvador de Perlora y quien fue hasta hace poco más de un año su párroco, don Jesús García García.

Y junto con la vergüenza ajena, la sorpresa de que los textos que me la han inducido se hayan publicado en gran parte en este periódico, LA NUEVA ESPAÑA, con el que tantas veces he colaborado y del que siempre he tenido una gran opinión, opinión que es compartida por sus muchos lectores.

Y digo esto porque entre los días 11 y 31 de agosto se han publicado, en dos casos en la sección "Cartas al director" y en uno en "La columna del lector", unos escritos llenos de falacias a los que me voy a referir puntualmente. Ya sé que los responsables de los textos son los firmantes, pero tal vez hubiera merecido la pena contrastar su contenido.

Y comienzo por "La columna del lector", no una columna sino un faldón, que apareció el pasado día 29. Firmada por don David Flórez Quirós y bajo el amable titular de “Agradecimiento al nuevo párroco de Perlora”, se lanzan una serie de acusaciones graves sobre don Jesús, su predecesor, que, según su autor, resumiendo, vivió o, mejor dicho, se hizo rico a costa de la parroquia. Ah, y además se nos toma por ilusos e incompetentes a los feligreses de la misma, ya que nunca le pedimos cuentas, y también, por lo visto, iluso y confianzudo era el Arzobispado, ya que nosotros no nos informamos de si presentaba allí cuentas y no se las exigieron. El nuevo párroco arregló, según quien hace el relato, la megafonía, las campanas, las cuentas, y todo eso en un año, mientras que don Jesús no había hecho nada a lo largo de casi el “medio siglo” que estuvo de párroco.

Pues lo siento, señor Flórez, está usted muy mal informado del trabajo de don Jesús, empezando en que por su edad –Facebook tiene eso, que se ponen allí las edades– cuando usted nació ya llevaba don Jesús unos cuantos años en la parroquia, un cura que, hablando en plata, no le costó un céntimo a la Iglesia asturiana, ya que vivía de su sueldo de profesor de instituto y gracias a ello estaba afiliado a la Seguridad Social, evitando por ello el pago de un seguro médico. Un cura que trabajó en su iglesia, siempre bien pintada, siempre atendiendo a la corrección de las goteras, sin alharacas pero con eficacia. Tuvo la mala suerte de que esa iglesia, que se construyó en el lugar actual inmediatamente después de la guerra, cuando él aún no era párroco, se levantó en un terreno inestable, al lado de un río, con malos materiales y flacos cimientos; y a él le tocó, por desgracia ya estando enfermo, hacer frente a la última obra, aunque Dios permitió que la viera concluida antes de morirse. Y yo puedo hablar de sus trabajos por mantenerla decente (eso sí, no llena de tapices, ni de cuadros de anticuarios, ni nada de eso) y poder atender las necesidades de la feligresía. Y, por cierto, calla usted que don Jesús, además de la parroquia de Perlora, era titular y atendía otras cuatro parroquias más, las de Albandi, Carrió, Pervera y Prendes, a las que también cuidó y mantuvo en buen estado, con obras importantes en Carrió y, sobre todo, en Prendes, donde tuvo que abocarse a la construcción de una iglesia nueva, ya que la anterior dio en ruina porque estaba en un lugar tan inseguro como la de Perlora. Tal y como plantea el agradecimiento, Perlora era una parroquia sin ley ni orden, descuidada y con un párroco que no servía bien la liturgia. Pienso que usted pocas veces pisó esa iglesia.

Pero bueno, lo que el señor Flórez deja a medio explicitar lo ha aclarado ampliamente en su carta al director del día 31 doña María Fernández Fernández. Bajo el título “La herencia del cura de Perlora”, el escrito es de arriba abajo un puro dislate, es más, yo diría que en su mayor parte un panfleto difamatorio. Los que conocimos a don Jesús no podemos más que quedarnos boquiabiertos, porque parece ser que usted sabe lo que pasaba en el instituto, lo que robó, los dineros que tenía en su cuenta, las palabras sacrílegas que pronunció el día de la visita de la Santina a Candás. Lo que no entiendo es cómo, sabiendo todo eso, no lo denunció, como era su obligación, ante los sucesivos arzobispos bajo los que don Jesús ejerció su labor como pastor. Ha sido una total irresponsabilidad por su parte. Y si don Jesús era así, tampoco comprendo cómo otro sacerdote durante los periodos en que se hallaba de vacaciones o de viaje le dejaba la cura y las llaves de su parroquia, sin que nunca tuviera que reprocharle nada a su vuelta.

Subtítulo: Sorpresa y perplejidad ante la campaña contra el fallecido párroco de Perlora, un buen sacerdote

Lo que sí le digo es que sí, tiene usted razón, don Jesús probablemente no era un santo, ya que de ese palo hay muy pocos; era humano, pero era un buen hombre, que cometió errores, seguro, como los cometemos todos, incluso los curas; un buen hombre que no se merece el linchamiento al que se le está sometiendo ahora, después de muerto. De cobardes es esperar a eso cuando el sujeto no se puede defender; tiempo tuvieron ustedes en vida para hacerlo, pero claro… eso era mucho riesgo.

Y ahora voy a por los otros dos casos, en los que se ataca no a don Jesús, sino directamente a la feligresía de Perlora. Y de esto me resulta aún más doloroso hablar, porque sí es cierto que uno de ellos se publicó también en este diario, pero además junto con el otro se publicó en el Blog de las parroquias de San Félix de Candás y San Félix de Lugones, totalmente gemelos. En el primero, titulado “Cuando faltamos a Dios hasta en la misa”, publicado como Carta al Director el 11 de agosto de 2019, don Rodrigo Huerta Migoya expone cómo una persona el día del aniversario de don Jesús, en Perlora, a la hora de comulgar se comportó como si estuviera en la barra de un bar, increpando al sacerdote. Eso no fue así, es pura y dura mentira. La persona implicada, tratada como “una maestra jubilada”, tiene nombre y apellidos, pero otra vez la cobardía hizo que el señor Huerta los omitiera. Es ni más ni menos que María del Carmen, la maestra por cuyas manos pasaron tantos perlorinos y perlorinas, que, por cierto, en el momento de su jubilación le rindieron un precioso homenaje; mujer sabia y prudente, de profundas creencias, nunca hubiera hecho lo que se le atribuye; sí, en cambio, respondió al saludo que le hizo el sacerdote que impartía la eucaristía, y que no puso en sus manos la sagrada forma hasta haber concluido el saludo.

El mismo señor Huerta publicó, que yo sepa en este caso solo en el Blog, un artículo titulado “El día que Isabel me negó la paz en Perlora”. En su nuevo didáctico escrito el autor dice que el día del Salvador, titular de la parroquia, había pocos feligreses y él amablemente salió a darles a algunos la paz porque estaban solos en sus bancos. Claro, Isabel de La Pedrera, después de haber visto a este señor participar en una reunión parroquial representando al párroco, arrogándose una autoridad que no tenía e insultando al hacía poco tiempo fallecido don Jesús, fue una de los parroquianos que le paró los pies. Después de eso, la paz abandonó la parroquia y sí es cierto que cuando él fue a darle farisaicamente la paz, ella no le respondió “no hay paz”, sino “aquí no hay paz” y, claro, de lo que no hay no se puede dar.

Y lo que yo no entiendo es qué tienen de ejemplarizantes estos dos sucedidos en Perlora, además tergiversados, para ser acogidos y divulgados en el Blog de las parroquias anteriormente citadas, y en mi opinión, los respectivos párrocos son corresponsables de tales publicaciones.

Porque la verdad, vuelve a darme vergüenza ajena, es que una parroquia que disfrutaba en paz de sus celebraciones dominicales y festivas, que sus parroquianos se implicaban en que todo marchara bien, que las charlas en el cabildo y en la placeta de delante eran el lugar de encuentro de unas personas que venían a misa desde los distintos barrios o desde Candás, como era en mi caso y de otros cuantos, hayan tenido que presenciar, por ejemplo, cómo el señor Huerta, inflamado de profundo fervor cristiano, insultó a María del Carmen, la maestra, a grandes voces, y a título de despedida, ya encerradito en su coche, le dirigiera un par de gestos groseros. Magnífico ejemplo de valores cristianos.

En resumen, don Jesús fue un buen párroco para Perlora y para las otras cuatro parroquias que sirvió, y los parroquianos de Perlora no somos unos inciviles, iluminados y sacrílegos.

Y me pregunto ¿por qué todo esto está pasando en la parroquia de Perlora y no en Albandi, ni en Carrió, ni en Pervera ni en Prendes?

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