El poso de nuestra vida
Que no todos somos iguales, ni muchos parecidos, que no todo es lo mismo y no todo es igual, que el sentirse vivo no es comparable a estar muerto, que el tener una cosa o conseguirla, o el carecer de ella o no alcanzarla no supone ni puede significar exactamente lo mismo.
Que el creer que nada merece la pena y creer que al final que todo da igual, y que al final uno cansa de todo o de todos y al final siempre queda uno con su misma realidad, puede, posiblemente, que guarde su parte de verdad, pero después de todo y quizá fruto de la necesidad es nuestra forma de sujetarnos a una realidad, y no es menos cierto, también, que sin el semejante dejamos de ser nosotros, y que sin el otro uno no puede existir, porque al fin y al cabo uno por su cuenta nada es.
Que en lo que en apariencia puede resultar atractivo pudiera estar abocado a un simple espejismo, y que no hay mayor deseo de vivir que aquello que pretendiendo ser vivido no se ha llegado a vivir. Que acaba por provocar, a su vez, mayor frustración que el mismo desengaño.
Por lo que lo preferible es existir, vivir las historias de las que se nutren los sueños de nuestra propia existencia y que sea juez el tiempo, que determine, una vez se ha vivido, cuánto queda en el poso de nuestra vida.
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