Las aventuras
Se acaba el estío, época de paréntesis y de escapada de las férreas rutinas. Muchos habrán aprovechado para viajar a destinos soñados, a lugares exóticos de catálogo. Muy recientemente la “Sociedad Geográfica Española” ha publicado un gran “Atlas de los exploradores españoles”, verdadero diccionario enciclopédico que explica la apasionante historia de nuestros exploradores y sus principales contribuciones a la geografía y a las ciencias. Recuerdo los magníficos programas de Miguel de la Quadra Salcedo y los documentales antropológicos sobre “Otros Pueblos” de Luis Pancorbo.
Hoy se viaja como turista clónico, ávido de coleccionar experiencias novedosas, dentro de un capitalismo de la emoción y el exotismo enlatado. Todo ello, con repercusiones ecológicas y de apropiación cultural, en aras de un progreso algo hortera y nuevo rico. El turismo es industria principal, pero el “balconing” o los espectáculos de bacanal juvenil etílica guardan poca relación con los valores nobles y formativos del viajar. En la historia no ha habido nada más fascinante que aquellos exploradores y viajeros, místicos y románticos, que buscaban su verdadero rostro en la inmortalidad, a través de la aventura y la superación. No ha habido huellas más indelebles en muchas imaginaciones juveniles que aquellas historias de Robert Louis Stevenson, Julio Verne o Emilio Salgari. Las biografías de Livingstone, Schweitzer, Alexandra David Néel. “Los otros” siguen siendo abismo y miedos. El pasado suele ser usado para justificar el presente, vemos pasados colonialistas e ideologías opresoras, cuando nuestras sociedades occidentales, de libertades, consumo e igualdad formal se deslizan hacia la repetición de la “caída del Imperio romano”. Y no niego, en ningún momento, la merecida condición de héroes a gentes anónimas de piel de ébano, que se juegan la vida en patera o balsa de goma para intentar arribar a tierra incógnita y hostil.
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