Muerte y fulgor de Quini
Pablo Neruda nos dejó escrito “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta”, obra dramática musicalizada como cantata u ópera (1967). Con el debido respeto, nosotros invertimos los términos y nos referimos a la muerte y fulgor de Enrique Castro González, Quini. No ocultamos nuestro asombro por la parafernalia en torno a esta figura de fútbol que perteneció al Sporting, pero que cuatro de sus mejores años como deportistas se los dedicó al Barcelona. Ya fue un buen gesto y distinción rebautizar el campo de fútbol con su nombre.
Creemos que existe un exceso en toda regla en el y/o homenajes que se vienen rindiendo a Quini. También ocurrió el pasado domingo durante el encuentro entre la selección española y las Islas Feroe. Y hasta se ha abierto un museo con los recuerdos del jugador. No sé si sus admiradores le tendrán preparado alguna distinción o agasajo más. Al fin y al cabo, el arte del fútbol no es otra cosa que correr detrás de un balón para tratar de introducirlo en una portería de determinadas dimensiones. Hay que recordar que no se sabe cuál hubiera sido el futuro de Quini si al finalizar su carrera como futbolista no le hubiera acogido en su seno el Sporting.
Y miren ustedes, queridos lectores, lo que es la vida, en cuanto a injusticias se refiere. El hermano de Quini, o sea, Jesús Castro González, Susi, desarrolló toda su carrera futbolística, como buen guardameta, en el Real Sporting de la Primera División de España. Pero por si esto fuera poco, como todos recordamos, Susi falleció en la playa cántabra de Amiió, un 27 de julio de 1993, al salvar a dos niños ingleses y su padre, que se estaban ahogando. Un gesto incomparable con nada en la capa terrestre. Creemos que hubiera sido más justo y razonable rebautizar El Molinón como de los “Hermanos Castro”, de la misma forma que así se hizo en 2008 con el Parque Inglés de Gijón. Pero los directivos y muchos sportinguistas sólo tienen ojos nada más que para Quini. Es que si no lo digo, reviento, como oviedista y, por encima de todo, asturiano.
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