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¿Gobierno de coalición o de cooperación?

15 de Septiembre del 2019 - José María Casielles Aguadé

Tras casi cuatro meses de tanteos mutuos, algo queda claro: el actual Gobierno provisional no se fía de Podemos, ni viceversa. Hay que admitir que es prudente en política conocer bien a los adversarios, y mejor aún a los afines. Por otra parte, es indiscutible que el poder y el dinero que otorgan los cargos públicos –llámense como se llamen– son argumentos poco desdeñables para el entendimiento.

El origen de la desconfianza es probablemente la falta de estimación de las formas. Es verdad que la actividad política no debe limitarse ni simplemente centrarse en el “formalismo”, pero no es menos cierto que el respeto a la formalidad continuada del día a día crea un clima de confianza para las relaciones políticas y humanas. Así, el protocolo fundado en China hace más de 3.000 años no es un simple adorno; sino una base firme de las relaciones sociales.

Otra cuestión esencial para una convivencia sensata y racional está obviamente en la simple aceptación de la realidad. No se puede concebir una actividad democrática sin el respeto a la mayoría, la audiencia atenta a la oposición, y la preocupación por el bienestar de los ciudadanos.

Causa sorpresa, y luego hilaridad, la situación actual creada en Inglaterra –ya no se puede hablar del Reino Unido– por el señor Boris Johnson, al poner reiteradamente en solfa a una de las más acreditadas democracias del mundo. No es preciso ser profeta para diagnosticar que esta comedia no puede acabar bien; y constituye un derroche de paciencia que la UE no haya zanjado el asunto, exigiendo ya el 31 de octubre como fecha inaplazable del “Brexit”, determinando la cifra concreta de la deuda británica y el interés preciso de esa deuda, para que no sea aplazada “ad calendas grecas”.

En este espejo de despropósitos han de contemplarse las incoherencias de la situación interna española. Es claro que el actual Gobierno provisional no tiene la mayoría necesaria para una continuación estable: rechaza radicalmente una fórmula de “coalición”, con serios peligros; no confía racionalmente en ganar elecciones. ¿Qué camino le queda? Solo puede pensarse en una “pantomima” política, asentada en simples gestos, porque no se puede sustentar en serias palabras. De ahí el continuo mutismo.

Si todos no pueden ser ministros con responsabilidades equitativas, habrá que pensar en un Gobierno de “cooperación” con ministros socialistas y “visires” o “sátrapas” de otros partidos. Consecuentemente, habrá un Consejo de Ministros y otro de sátrapas. Se apunta además la creación de una oficina de control mutuo. La realidad es que esa oficina ya existe, y se llama Parlamento, que no debe ser obviado como neciamente pretendía Johnson en Londres. Cuidado con los malos ejemplos, que son contagiosos.

Que uno sepa, la democracia se basa en el binomio funcional Gobierno/oposición, ambos con muy deseable capacidad de equitativa información a los ciudadanos; situación que se da poco.

Montesquieu añadía otra formalidad deseable –aunque un tanto utópica la separación de poderes del ejecutivo, legislativo y judicial–. La Historia demuestra que llevar a la más rigurosa realidad esta separación es difícil. Todos sabemos, y los que hemos ocupado escaños aún más, que el Ejecutivo (gobierno) –especialmente cuando cuenta con amplia mayoría– condiciona al legislativo al determinar la aprobación o rechazo de las iniciativas presentadas en el Parlamento. Cuando, además, los partidos políticos intervienen en la propuesta y nombramiento de los magistrados de los Tribunales Superiores, es difícil que la Justicia pueda sustraerse de influencias ajenas.

Ya se dijo por un vicepresidente del Gobierno de cuyo belicoso apellido no quiero acordarme que el señor Montesquieu estaba muerto, y ningún forense lo ha desmentido. Esto no quita un ápice para que la mayor parte de los ciudadanos sensatos confiemos ante todo en la integridad profesional de los jueces, respaldada por su sólida formación y ética personal. Nuestro escenario político no es muy distinto al de otros países, pero aquí y allí es bueno que se asiente en la formalidad: Mayor protagonismo del CGPJ.

Cada día resulta más evidente la necesidad de una nueva ley Electoral que regule mejor esos procesos, señale mínimos para la representación parlamentaria que eviten la atomización actual, con la consiguiente inestabilidad, y la profusión de “partidos bisagra” que distorsionan el poder. En la Duma rusa, los partidos han de contar con un mínimo del 10 por ciento de los votos emitidos para obtener escaños. También sería deseable la creación de un “gobierno interelectoral neutro”, presidido y organizado desde la Jefatura del Estado, que soslaye las situaciones de privilegio de quienes ejercen el poder durante las elecciones usando discrecionalmente del decreto. En el medio sanitario lo tenemos muy claro: Más asepsia, menos contaminación.

–¿Y la oposición?

–¡Chitón! No hay que gastarse. “Por no hacer nada, nunca pasa nada”, dicen.

Mi modesto consejo, indiferenciado y polivalente para todos los partidos, es claro: “Rebajad las ‘Sucesiones’ y ganaréis las elecciones”.

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