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Símbolos en la escuela

4 de Mayo del 2010 - Juan Luis Paz Martínez (Mieres)

Siempre bajo el influjo de la energía cinética de los titulares, nuestros políticos actúan en permanente pose y campaña (para ganar elecciones) y con ausente valentía legislativa (para no perderlas); y los ciudadanos, desde nuestras respectivas trincheras, a disparar o parapetarnos según sea la música ambiente, pero sin orden ni concierto. La melodía de esta semana es recurrente, y en esta ocasión le toca al pañuelo islámico o hiyab de una niña; el problema parece estar en su simbología, pues en otro contexto espacial y cultural representa la sumisión característica e impuesta a las mujeres de ese lugar y cultura. No voy a entrar en el análisis de qué, cómo, y dónde ese símbolo representa, sí o sí, lo que dicen que representa. La clave está en la contextualización (aquí, ahora) de ese símbolo –en el supuesto caso de que aquí y ahora simbolice algo– y en la libertad y los derechos universales de expresión, de credo, estéticos y, sobre todo, a la educación. No podemos, no debemos, resolver los problemas religiosos y culturales que no nos incumben, cuando no somos capaces de resolver los propios; y los propios deberían darnos pistas de cuán torpes y superficiales estamos siendo al analizar los de las demás culturas y religiones cuando se sumergen en nuestras sociedades; y alterno entre religión y cultura, porque, en cada sociedad, en mayor o menor medida, el enraizamiento de la una en la otra se produce inevitablemente. Resulta que pretenden convencernos de que el mayor problema que tenemos en la escuela son los símbolos: nada más falso; dejo ese entretenimiento para los carcas que toleran una pamela en una iglesia pero no una gorra en el aula; lo que mis alumnos esperan de mí es respeto a sus derechos, y amparo y guía ante sus obligaciones; el problema, si es que lo hay, está en lo que reflejan esos símbolos, si es que lo hacen en España, cosa que dudo bastante, donde no tengo noticia de que se practiquen ablaciones, lapidaciones y demás; muchos de los países de donde proceden estos símbolos seguramente no ofrezcan garantías, en lo que a derechos humanos se refiere, a las mujeres; pero aquí, si no se puede demostrar que, efectivamente, se está sometiendo a esa niña (portar un pañuelo se me antoja insuficiente), no procede armar el gran pollo; y, si así fuese, y aquí es donde nos estamos luciendo de un tiempo a esta parte, muchos se pensarían que, con tener domadas las formas, el fondo se arreglaría solo. La escuela está llena de símbolos, la mayor parte de ellos portados por el alumnado, y generalmente no son más que la expresión de lo que suelen expresar a esas edades: identificación, integración, rebeldía, moda, etcétera, o, paradójicamente, todo lo contrario o, simplemente, nada, en una suerte de tuneado que, en ocasiones, por su súbita aparición, suele dejar bastante pasmados a propios y extraños: hay cejas con cortes (que en su cultura de origen representan cierta cantidad de asesinatos), hay pantalones caídos (que en su cultura de origen representan cuánto de malo eres en función de cuán bajo lo llevas), hay aros en las orejas masculinas (que en su época y cultura de origen representaban cuántos estrechos había conseguido cruzar un marino), hay pañuelos palestinos (causa que desconoce la mayoría de los que lo portan en España), hay vírgenes y crucifijos católicos (no es esta religión especialmente paradigmática de la defensa de las mujeres), hay zamarras militares de ejércitos y guerras de los que ni siquiera han oído hablar, hay gorras de deportes a los que nunca jugaron, hay prendas con todo tipo de eslóganes que no comprenden y en idiomas que aún no dominan (he puesto colorada a más de una alumna revelándole lo que rezaba su camiseta), otras que no son más que paneles publicitarios móviles por la profusión de advertencias sobre su marca, hay piercings, hay tatuajes, hay pelos de todas las formas y colores, hay calzados que sirven para cualquier cosa menos para caminar, etcétera; ¿y qué?; ¿alguno de estos elementos de libre expresión e imagen supone un obstáculo para una educación efectiva y de calidad?; ¿realmente alguien se cree que debemos aspirar a, después de todo lo que habíamos superado en la transición, fiscalizar la estética de nuestro alumnado?; si hay una prenda u objeto que nos remita, de forma más o menos evidente, a una determinada simbología, nos equivocaremos en la mayoría de las ocasiones al concluir que ese alumno siquiera sospecha lo que realmente significa y, al contrario, si es así, represente lo que represente, ¿no hay acaso garantías suficientes en nuestro sistema de sociedad –policías, jueces– para controlar que no haya nada pernicioso detrás de esos símbolos? Si hiciésemos la misma lectura sesgada, ¿acaso no deberíamos prohibir, entonces, los símbolos católicos portados por el alumnado –cadenas, crucifijos, medallas, anillos, rosarios, estampitas, etcétera– por poder, presuntamente, representar a una presunta red criminal internacional de pederastia, homofobia y que delinque contra la salud pública al prohibir el preservativo?; seamos honestos y sensatos. No me vale tampoco el argumento de que cuando nosotros vamos fuera nos tenemos que adaptar, y ellos aquí no; eso es lo suficientemente demagógico e inconsistente como para ser rebatido con una obviedad: ¿acaso todo esto no empezó cuando nos felicitábamos de lo buenos que somos en Occidente?; pues si somos tan buenos, tendremos que empezar a demostrarlo potenciando los derechos y libertades de todos y cada uno de nuestros conciudadanos, sea cual sea su procedencia, y no jugando a lo mismo que los que no lo hacen, sea donde sea que esto sucede. Tampoco me vale lo de la supuesta autonomía de los centros, puesto que, por un lado, eso es una quimera y, por otro, no puede legislar en contra de lo que dicten normas de rango superior; y, como sobre ese asunto en concreto no las hay, pues si a esa niña le da por ir a los tribunales, la jurisprudencia la mandará de vuelta al centro, y con pañuelo. Sentido común, libertad y derechos: aquí me están decepcionando todos, tanto los más conservadores y rancios (por lo de siempre) como los más progresistas, confundiendo las churras con las merinas, la parte con el todo, y la forma con el fondo (como siempre). Salam Aleikum.

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