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Ver el mundo con anteojeras

4 de Octubre del 2019 - Pepe Suárez Marqués

Como en la secular querella entre racionalistas y románticos, el feminismo radical del “me too” podría acabar confundiendo los deseos, o los ensueños, con la realidad, además de la identidad propia...

Hoy, nos llegan noticias de un primatólogo, De Waal, señor tan peculiar, que dio en el estudio de las emociones y procesos cognitivos en el reino animal y, según parece, particularmente en los primates, o sea, nuestra banda de primos, para no decir familia.

Estudio que, en términos de empatía, o vernos en el lugar del otro, parece perder de vista la cuenta de los miliardos de millones que ya somos los primates humanos –y lo que te rondaré morena, que de ahí, de rondar sin enmienda, viene la demasía de la cosa–. En realidad, tal cifra es la que debería reclamar la mayor atención en la discusión con los animalistas... además de con los animales, digo.

Porque vamos a ver: la celebración con la Colau –la que no está en lo que debe y viceversa– o con el mismísimo Attenborough, del papel tan adelantado de las hembras bonobo, está muy bien, como muy cosmopolita. Así que los distingos, entre lo agresivos que son los chimpancés machos o lo “golfos” que son los bonobos, cuando genéticamente somos primos hermanos de ambos –para lo mejor y lo peor–; quedan muy éticos y hasta estéticos, pero acabarían por no dejarnos ver el monte. ¿Cómo que los bonobos son adelantados de la libertad sexual primate: es que ya se ha vuelto el mundo definitivamente loco? Porque ver el mundo o la naturaleza animal con semejantes anteojeras no es otra cosa.

Si Colau y compinches pudieran ver por encima de los árboles identitarios o dejar de apuntarse a cualquier bombardeo, se darían cuenta de que más allá de la plaza de San Jaime –y del género– vive una inmensa y desbordada humanidad a la que habrá que alimentar con recursos finitos. Porque descubrir, todavía a estas alturas, las conclusiones de la biología evolutiva no puede servir para distraernos de los más que serios achaques de la vieja Gaya: sofocada hasta la asfixia por la economía del carbono, ardiendo por los cuatro costados, emponzoñando el agua, o saqueando reservas en una atmósfera tormentosamente enloquecida; pues, hace parecer una inocentada el ignorar que, mucho ha, los etólogos han descubierto que las respuestas animales son inteligentes en el modo de adaptarse a su sobrevivencia.

Así que, mirando solo un poco más allá de esos árboles, la conceptualización como “entes” que hacen los animalistas a lo que nos enfrenta es a la naturaleza de la naturaleza: la cadena de presas/depredadores, como una ley universal... desde las partículas elementales a las galaxias. Pues claro, como que hay galaxias que “canibalizan” galaxias. Y, ¿quién sabe?, puede que hasta universos.

Esa nuestra naturaleza, que es la que es, no es modificable, tal que la gravitación universal; y menos aún, en nuestra escala espacio temporal. Así que seguiremos necesitando mantener nuestro metabolismo, en parte, con insustituibles proteínas animales. Fue nuestro destino evolutivo.

Naturaleza que, calculan los animalistas, nos llevará en este siglo a consumir cerca de 100.000.000.000 –cien mil millones– al año de animales, entre mamíferos y aves, “pescao” aparte.

Subtítulo sugerido por el autor, que se puede cambiar:

Las primates, pioneras del me too y la demografía, o el we too

Cifra que, ciertamente, nos enfrenta con el problema central de nuestra sobrevivencia como especie: el tremendo desequilibrio entre demografía y nuestro medio “natural”, lo que incluye la relación con otras especies o, dicho de otro modo, la sexta gran extinción en marcha. Definitivamente, nuestro sistema industrial/alimentario se mueve en constantes por completo insostenibles...

Obtener 1 kg de proteínas de carne requiere hasta 7 kg de vegetales y de 15.000 litros de agua; de modo que el incremento de población y de consumo de carne, desde mediado el siglo XX, requiere una cantidad de terreno, agua y energía ya demasiado por encima de lo sostenible: producir cada caloría cuesta cerca de treinta; las que, por otra parte, generan cantidades de estiércol –en Alemania se acerca a media tonelada al año por habitante–, CO2, metano o desforestación delirantes. El resto de las cifras de la huella energética y medioambiental –aun omitiendo otros datos, ya innecesarios– refleja tal nivel de entropía –o degradación– que nos sitúa incluidos en esa sexta gran extinción. Que es la clave para entender el momento de esta humanidad: más allá de los “-ista” habituales: comunista, feminista, ecologista, animalista, antisistema y otras ideologías religiosas o políticas... veganos incluidos.

Cada una de esas etiquetas, al cabo, resulta una solución bastante parcial, cuando no contradictoria: algunas morales religiosas postulando el natalismo sin controles, mientras buena parte de Asia, Iberoamérica y casi toda África están en pleno desbarajuste demográfico.

Entretanto, sociólogos como Z. Bauman, U. Beck o R. Sennett ya hace décadas que anunciaron el desastre medioambiental: el efecto invernadero, que asoma más y más sombrío, requiere el esfuerzo –poco esperable pero inaplazable– de las Naciones Unidas, que combine la digitalización y trazabilidad del Internet de las cosas –se calcula una disminución del 20% en la huella energética–; la sustitución del exceso de proteínas animales por las vegetales –otro 20% de reducción– y, finalmente, la progresiva sustitución de la energía del carbón por las limpias –un tanto por ciento como las dos anteriores sumadas–. Todavía quedaría por considerar el control ineludible de la natalidad, particularmente en las tres áreas arriba citadas.

Claro que entendíamos las causas de la violencia de género, y aun la que se ejerce con y entre nuestros primos de otras especies, pero los episodios de los chicos y chicas de un Sunset Boulevard cualquiera no ocultan que forman parte de una minoría, en cierto modo, privilegiada.

De manera que no se trata de “me too”, en realidad era... “we too”.

Sencillo de entender, ¿verdad? Librarnos –como especie– de la fiera o sexta gran extinción: el problema radica como en la vieja fábula... ¿Quién le pone el cascabel a la fiera?

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