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La muerte de un taxista . Yo acuso

28 de Abril del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

La noticia me llegó como un trallazo, en mitad de la mañana: -Han encontrado a un taxista de Arriondas muerto a puñaladas. Pero la noticia todavía no tenía nombre ni rostro. Cuando por la tarde vi bajar del taxi del transporte escolar a mis hijos, muy serios y callados, comprendí que ya estaban al corriente. Ya sabéis que han matado a un taxista, les dije. Sí, a Guillermo, contestaron; y no dijeron más. Quedé helado; la noticia tenía de pronto un nombre y un rostro insoportablemente concretos: Guillermo era el taxista que habitualmente, durante este curso, traía y llevaba a nuestros hijos al instituto; un chico afable y servicial, que se hacía querer. Cuando acerté a reaccionar, le dije a Diego, que estaba más cerca: Tendréis mucha pena. Muchísima, me dijo (y no dijo más, para no echarse a llorar). A la hora de la cena, la conversación volvió ineludible sobre lo que nos pesaba en el corazón; uno de los chicos dijo: -La última vez que vimos a Guillermo fue el sábado por la noche, estaba en la parada oyendo música o viendo televisión; nos dijo que lo pasáramos bien pero que tuviéramos cuidado

Pero no me he puesto a escribir para llorar. Por grande que sea nuestra pena (y es mucha y muy sincera) debe enmudecer, en un sobrecogido respeto, ante la de estos padres que en Guillermo pierden al único hijo. Los han matado a los tres, resume trágicamente una amiga de la familia. Escribo hoy para acusar. El gesto de Zola (Jaccuse, 13 de enero de 1898), defendiendo al capitán judío Dreyfus, marca para siempre la divisoria entre delación y acusación: la delación es un acto servil a beneficio del poder, la acusacíón es un acto civil de rebeldía ante la desidia y la prepotencia del poder; la delación busca recompensa, la acusación implica riesgo. Como no tengo madera de héroe, me limitaré a acusar enumerando y describiendo algunos hechos.

-Los tiempos de crisis son caldo de cultivo para lo mejor y para lo peor, para la solidaridad y para la delincuencia. Pero nadie cree que un parado salga a degollar con una navaja por ver de conseguir el pan para los suyos. Todos sabemos, en cambio, que los circuitos de consumo y distribución de droga son el foco de la delincuencia más agresiva y criminógena (todos menos las autoridades, que parece que no se acaban de dar cuenta); los circuitos autóctonos se han reforzado además con los sobrevenidos con la emigración. De los extranjeros que viven entre nosotros, la mayoría vinieron para mejorar su nivel de vida trabajando honradamente (como hicimos muchos de nosotros en los años 50 y 60), merecen nuestro respeto y nuestra estima, que deben ser manifiestos en circunstancias como la presente que tensan peligrosamente las sensibilidades. En cambio, sería hipócrita negar la presencia de elementos que llegaron aquí con la determinación deliberada de vivir al margen de la ley; si a estos no se les aplica con urgencia el nivel de tolerancia cero, las consecuencias serán imprevisibles, pero necesariamente desastrosas para los autóctonos y para los emigrantes honrados. No estoy prejuzgando la instrucción que acaba de empezar y no tengo la menor pista de si los desalmados que acabaron con la vida de Guillermo son parragueses de toda la vida o forasteros llegados ayer, pero esa incertidumbre no invalida el planteamiento: para malhechores ya teníamos de sobra con los autóctonos; el colmo es que los importemos y se les dé asistencia médica y cobertura social.

Venimos asistiendo en la comarca a una escalada de robos con intimidación y violencia que ya habían causado lesiones graves y culminan ahora con el asesinato brutal de Guillermo. No hemos tenido indicios de una toma de conciencia paralela por parte las autoridades ni de que se hayan adoptado medidas consecuentes; por eso crece en la población un sentimiento acuciante de inseguridad. La periodista parraguesa María Jesús Amieva pide la dimisión del Alcalde (PSOE) y del Teniente de Alcalde (IU); María Jesús, que además de combativa y cargada de razón, es lista, sabe muy bien que es tanto como pedir peras al olmo, porque llegaría la sangre al río antes de que a los ediles que padecemos se les pase por la cabeza renunciar a una dieta o a una mensualidad.

¿Y qué decir del Delegado del Gobierno? Debe de andar tan absorbido con la seguridad de los asturianos en general y de los de su feudo del Oriente en particular, que apenas pisa su despacho, puesto que está todos los días en los papeles, poniéndole cara al Plan de Zapatero, inaugurando hoy dos farolas aquí y mañana tres metros de alcantarilla más allá (que las más de las veces más costará la inauguración que la obra inaugurada). Los mandamases y los mandamenos parece que andan a lo suyo y que lo suyo poco o nada tiene que ver con lo nuestro. Nos dicen y nos repiten que faltan recursos, que las fuerzas de seguridad son tan escasas que por las noches nos dejan sin vigilancia; y ni siquiera se cae en la cuenta de que esa insistencia exculpatoria da alas a los malhechores.

No sé si las fuerzas son escasas, sobradas o las justas; lo que los hechos denuncian clamorosamente es que se utilizan rematadamente mal. A la experiencia me remito: Cuando unas decenas de ganaderos decidieron dar la tabarra en la feria de Infiesto, fueron recibidos por un destacamento antidisturbios. Cuando un grupo de parragueses fuimos a registrar en el Ayuntamiento una alegación colectiva al PGOU, la capital del concejo fue tomada horas antes por las fuerzas del orden. En todas las acciones promovidas por organizaciones agrarias, además de las fuerzas uniformadas, hacen acto de presencia agentes de la brigada social de la Delegación del Gobierno (unos agentes tan discretos que son lo únicos que llevan corbata, marcando una decorosa diferencia con la chusma de los manifestantes). Claro que aquellas manifestaciones de amas de casa y padres de familia eran una amenaza para la seguridad del Estado, pues iban armados hasta los dientes nada menos que con un silbato en la boca!

¿Qué pasaría si las fuerzas y policías disponibles se emplearan a fondo en controlar e infiltrar los ambientes sumergidos (y al fin y al cabo limitados) de la delincuencia? Mientras se malgasten en controlar y en disuadir a los más inofensivos movimientos vecinales, percibidos como hostiles por el poder local y regional, siempre serán pocas las fuerzas disponibles para hacer valer la ley. Que los delatores me entiendan: no estoy criticando a las fuerzas de seguridad, que hacen lo que les mandan (y casi siempre demuestran que son más civiles que los civiles que las mandan); denuncio las actuaciones de una casta que solo entiende la política como beneficio y monta con los recursos del Estado ridículas paradas y manifestaciones de fuerza y dispone de los servicios llamados de inteligencia para traer y llevar chismes de partido.

A los que están puestos y pagados para proteger y prevenir, no se les debería permitir la coartada de las caras largas y de los minutos de silencio, si no se han empeñado hasta la extenuación en el objetivo elemental de garantizar la vida salva a cada ciudadano. Bienvenidos los controles de velocidad y de alcoholemia, pero queremos percibir un esfuerzo proporcional y paralelo en la prevención y represión de la criminalidad. Acabamos de asistir a una tragedia; sería una catástrofe civil si nos tuviéramos que resignar a que nuestra vida vale 100 euros y que cualquier desalmado los puede cobrar, manejando una navaja con la alegre impunidad de una tarjeta de crédito.

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