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La Iglesia ante Franco: cobardía e ingratitud

16 de Octubre del 2019 - Cristina Álvarez-Gendín Cardona y José Luis Calvo Pérez (Oviedo)

Como católicos practicantes que somos y, haciéndonos eco del sentir de numerosos católicos asturianos, con tristeza deseamos poner de manifiesto la cobardía e ingratitud demostrada por la Conferencia Episcopal Española y altas jerarquías de la Iglesia católica ante la decisión gubernamental de exhumar los restos de Francisco Franco.

Sin entrar a valorar las diferentes opiniones que suscita la figura de Franco en función de las vivencias familiares durante la guerra de 1936 y, con el mayor respeto a todos los difuntos sean del bando que sean, es de justicia recordar que el general evitó el exterminio de la Iglesia católica española y paralizó el genocidio que se produjo durante los años previos y posteriores a la contienda, en los que fueron destruidos la mayor parte de templos españoles y torturados y asesinados brutalmente numerosos miembros del clero, órdenes religiosas, así como seglares por el mero hecho de profesar su fe, en todos los casos sin apostasía alguna.

¿Cómo se entiende entonces que durante el pontificado de S. Juan Pablo II se produjera el mayor número de beatificaciones y canonizaciones de mártires asesinados durante dicha contienda? ¿Ignoran los jerarcas eclesiásticos el artículo 1.5 del Concordato (con rango de Tratado Internacional) firmado en 1979 entre la Santa Sede y el Estado español, que dispone que los lugares de culto y, por tanto, la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, son inviolables? Esto implica la inmunidad frente al poder estatal, que significa, entre otras cosas, que ningún agente del Estado podrá acceder al templo ni llevar a cabo acción alguna en el mismo sin autorización del prior de la comunidad benedictina (no otorgada, por cierto), sin perjuicio de la posibilidad de avocación de dicha competencia por el romano Pontífice, disponiendo exclusivamente la autoridad eclesiástica superior de una facultad de vigilancia sobre la actuación del prior.

Resulta incoherente la actitud de los mismos frente a la valiente postura del Papa Pío XII expresando en su momento su gratitud hacia Franco por conseguir la victoria católica de España y enviándole al mismo tiempo su bendición apostólica, así como a todo el pueblo español.

Resulta asimismo incongruente dicha postura frente a la expresada en la Carta Colectiva del Episcopado Español de 1937, en la que el clero, casi por unanimidad, reconoce las atrocidades efectuadas por el bando marxista con la Iglesia católica y considera la guerra de 1936 como una verdadera cruzada.

¿Se olvida la jerarquía católica que uno de los principios básicos del cristianismo es dejar que los muertos descansen en paz? Al final de sus vidas, inexorablemente, tendrán que rendir cuentas al Altísimo de su desmemoria, cobardía e ingratitud.

Es por ello por lo que pedimos a Su Santidad que exija dejen en paz a todos los muertos de ambos bandos que descansan bajo la gran cruz erigida como símbolo de reconciliación entre hermanos y no abandone a los católicos españoles.

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