De faroles
Improviso estas líneas en la mañana del domingo 13 de octubre. Cuando se publiquen, serán ya agua muy pasada. Si la sentencia es lo que se está diciendo, para ese viaje sobraban alforjas. ¿El Estado? “Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas desvelada, y entre las olas sola”.
“Desorden público” (como sentenció García Ferreras desde el primer día) contra el registro en la Consejería de Economía y contra la prohibición del Constitucional de proceder al referéndum. A no ser que el desorden público, en este segundo caso, lo hayan producido la Guardia Civil y la Policía Nacional.
La ley de Transición (que anulaba la Constitución y el Estatuto de la Generalidad) y la repetida declaración de la república independiente de Cataluña, que todos hemos visto y oído por la tele, serán algo así como el “Alarde” de Irún o el “Desarme” ovetense; inocentes e inofensivas efemérides folclóricas, a celebrar con un cocido de garbanzos aderezado con un compango más generoso que el habitual.
El Supremo de lo contencioso con la exhumación y el Supremo de lo penal con la sedición le sirven a Sánchez el 10N en bandeja de plata ¿para doce años? Esto sería lo de menos. Lo de más es que se le otorga a la Generalidad en rebeldía carta blanca para proseguir por la senda de la secesión, siempre que lo haga sin follón.
El 6 de octubre del 34, Companys proclamó desde el balcón de la Generalidad “L’Estat català dins de la República Federal Espanyola”. Lluís Companys salió al balcón con solemnidad; como un papa para el ángelus, no hubo más violencia que la que le opuso el general Batet por orden del Gobierno. La declaración rompía el orden constitucional: la comunidad autónoma no era un Estado ni la Segunda República era federal. A Companys le cayeron treinta años.
Si la sentencia es lo que anuncian, no es la bandera, es España la que se estrella y queda colgada de una farola.
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