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Esencia de libertad (con Najwa en el pensamiento)

26 de Abril del 2010 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

El perfume más preciado de la libertad es la individualidad. Por eso cuando uno se convierte en masa, confundiéndose con ella en sus opiniones, dejándose arrastrar por ella, estamos sumergiéndonos en la postura más esclava de nosotros mismos: la del miedo a la libertad.

Educar para la libertad es educar para el compromiso y la responsabilidad consigo mismo. La individualidad exige la sensatez de caminar por el filo de la navaja, esa dolorosa sensación que provoca la situación de defender la independencia de tu pensamiento, «como un castillo construido por tu mente en lo más alto de la escarpada ribera del río de las opiniones». Erguida y orgullosa sobre esa soledad, la libertad exige también renunciar a la propia libertad, porque: «libertad no es la que tenemos, es la que se nos da».

Lo esencial, es el respeto a las personas. Yo no estoy a favor de la cultura musulmana, y sí a favor de la cristiana. Pero por encima de todo está la libertad de la persona, ésa que la permitirá pecar (un tipo de libertad realmente peligrosa para un musulmán y más para una mujer). Esa libertad está por encima de cualquier religión, pero no por encima de las normas que mutuamente nos imponemos, pues: Dios es misericordioso y los hombres apenas nunca. Por eso es necesaria la sensatez al establecer normas y la prontitud para modificarlas. En el caso de Najwa y del Instituto Camilo José Cela de Pozuelo de Alarcón, éste tiene sus normas y, en mi opinión, no son capaces de modificarlas o adaptarlas con prontitud. Najwa no se cubre con un pañuelo forzada, ni con él oculta su rostro y sus gestos impidiendo la comunicación con sus entorno, ni lo hace para provocar y como falta de respeto al próximo o a sí misma, lo hace porque antepone (¡ejerciendo su libertad!) el respeto a Dios y a las normas de su religión, antes que a las de los hombres. Y es ahí donde ella se equivoca, y provoca el conflicto (no así sus otras compañeras musulmanas, que se quitan el pañuelo a las puertas del Instituto). Ahora bien, llegado este conflicto: ¡Por Dios, es una niña! No se cubre la cabeza como símbolo de pertenencia a un grupo rebelde que pretenda boicotear los actos docentes, sino como símbolo de sus creencias personales y pertenencia a un grupo religioso (y ésta es ya una doble falta en estos tiempos). No se le puede negar la pertenencia temporal al centro educativo que debería conformar su libertad a causa de una creencia religiosa. Y es ahí donde el Instituto se equivoca, y no resuelve el conflicto con prontitud. ¿Por qué ese afán de perseguir los símbolos personales que se puedan llevar? En este caso yo me inclino por el individuo frente al grupo, y considero que es el grupo el que en nombre de la convivencia debería mostrar otro tipo de respuesta (incluida la permisividad) para estos casos de fuertes y contrastadas convicciones individuales hacia algo material como es un pañuelo (musulmán o de novicia cristiana), o cuando existan razones personales médico-estéticas (alopecias). Aunque, obviamente, dicho instituto está en su derecho de no modificar las normas ni hacer excepciones. Pero no podemos tener miedo a la libertad negándole reconocimiento a la desigualdad. La convivencia de lo desigual es la auténtica igualdad. Pues igualdad es tolerancia y aceptación de la desigualdad como tal. La intolerancia y la uniformidad, es algo contra lo que nunca debemos bajar la guardia; y la estamos bajando. Creemos que nuestra razón (ganadora electoral) es la verdadera, la legítima, la que surge de un mayor número de votos. Confundiendo ganar, con tener razón. Nos falta espíritu democrático, y, en ocasiones, nos comportamos como si el ganador pudiese convertirse en dictador, y, enardeciendo a las masas, establecer normas para dividir al mundo en dos: nosotros los ganadores y vosotros, los otros, los perdedores. Convirtiendo así a los perdedores, no ya en perdedores, sino en antidemocráticos por perder en democracia (o cualquier argumentación similar que enardezca a las masas). Hemos roto con el espíritu de la convivencia y aceptado el espíritu partidista de la intolerancia. No queremos escuchar a la otra parte, ni llegar a un acuerdo: ¡queremos ganar! Hacer las cosas bien, ya no es lo prioritario. Pues: «si vamos ganando, será que hacemos las cosas bien» (pero éste es un argumento que no es válido ni en el más incivil conflicto). «Lo que pasa es que nos conviene que haya tensión» (confesó Zapatero sin querer). Y es que la sensata reflexión y la razonable argumentación no son convenientes protagonistas. Deberíamos rechazar las posturas intolerantes con argumentos y sensatez (incluidas las intolerancias religiosas).

P.S.: Ambiciono llegar a ser caballero cubierto, e ir a todas partes con un gran sombrero rojo de fieltro al modo vaqueiro. Pero aún le tengo miedo a libertad o a una estética no aceptada que me impida mostrar lo que porto (que no es lo que está fuera, sobre la cabeza, sino dentro).

http://elescribidorquetenia.blogspot.com/2010/04/esencia-de-libertad-con-najwa-en-el.html

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