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"Los cuatro libros" de Confucio

20 de Octubre del 2019 - José María Casielles Aguadé (Oviedo)

Está claro que nos ha tocado vivir en tiempos difíciles. También es verdad que otros pasados lo fueron más. Si uno se pone a revisar la política española de los últimos años, se echará las manos a la cabeza; si más concretamente se fija en la de los últimos meses, tendrá también que masajearse los pies, que es lo que ahora se usa para pensar. Lo grave es que el padecimiento no es sólo español, está generalizado. En Francia llevan “taitantos” sábados poniéndose el chaleco amarillo para enseñárselo a Macron. En Inglaterra siguen perplejos con las originales iniciativas de Johnson. Los turcos están preocupados con Erdogan. Los ecuatorianos se rebelan en Quito contra Lenín Moreno, con una potente huelga general. En Venezuela siguen padeciendo sin remedio a Maduro. Muchos norteamericanos están progresivamente convencidos de que Donald Trump marcha literalmente hacia el “impeachment”. Está claro que podríamos seguir, pero ciertamente da miedo hacerlo hacia delante por la progresiva escasez del sentido común que se detecta.

En estas reflexiones estaba cuando, afortunadamente, cae en mis manos un libro providencial que me traslada históricamente dos mil ochocientos años atrás y, quién sabe (Dios lo quiera), varios siglos evolutivamente hacia delante. Se trataba de un tomo de “Los cuatro libros”, con la filosofía de Kung-Fu-Tsé (Confucio) y de su discípulo Mencio, cargados de positividad y de cordura felizmente intemporales, que nos sería bueno cultivar y dispensar hoy con la mayor generosidad. Se desprende naturalmente de esta obra la gran solera de la cultura china, que se remonta más de cinco mil años, y que ilumina a Occidente desde al menos treinta siglos, basándose en elementos muy sólidos: “la familia”, con su potentísima relación de empatía; “la educación”, basada en la orientación ética y la dedicación al estudio; “el protocolo”, que establece el correcto orden social; “el Estado”, concebido sobre el molde de la familia y no como un frío y simple aparato administrativo.

La magnífica traducción del chino, y la brillante selección de notas de Javier Pérez Arroyo, destila perfectamente esta filosofía oriental, al identificar la jerarquía moral y social que la preside y resaltar el paralelo establecido entre la familia y el Estado, que se pretenden jerarquizar en un ámbito de cordialidad y cooperación, muy distinto al que, desafortunadamente, hoy domina en el mundo. Así, se postula que el aprendizaje del “hombre superior” se inicia en la familia y que, en consecuencia, difícilmente podrá gobernar un Estado quien no haya sido primero capaz de gobernar su casa, tal como se recoge en “La Gran Enseñanza”. Se hace necesario precisar que, cuando los confucianos se refieren al “hombre superior”, no apuntan a ningún origen social elitista relacionado con el nacimiento, sino a las virtudes morales que le capacitan para los puestos de mayor responsabilidad. El modelo actualizado de este paradigma lo podríamos encontrar en nuestro antiguo Principio de Igualdad de Oportunidades (PIO) correctamente administrado, porque también se han conocido una prédica y una praxis no muy coherentes. Todo esto hay que aclararlo bien para prevenir ulteriores confusiones.

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