Leonor, Asturias, España
Al tiempo que la Princesa Leonor pronunciaba en Oviedo su primer discurso, Cataluña, presa del vandalismo, era hoguera encendida en la que se consumía la honra, la hacienda y la vida social de los catalanes.
Ante esos dolorosos acontecimientos, preludios quizá de mayores males, el Rey, mirando a su hija, recalcó estas dos palabras: "Coraje" y "valentía", y al escucharlas, junto al reflejo de la estirpe real, brilló en el rostro de la Princesa el noble y valeroso instinto del pueblo astur, porque, como ella dijo, lleva sangre asturiana, y tal vez, a esa luz clara, sintió que ha de ser la más valiente.
La monarquía está llamada a aplacar las pasiones políticas y es claro que este es un terreno peligrosísimo que la Corona recorre en soledad mirando hacia el bien de la nación, pues quienes forman parte de los poderes del Estado, por más ilustres cualidades que los distingan, solo están pendientes de demandar sufragios para verificar el "quítate tú para colocarme yo", a cuyo son se agitan esas pasiones nefastas para la paz y la prosperidad.
La que Sánchez pretendió desatar ordenando la exhumación de los restos de Franco pudo ser causa de graves disturbios al despertar el recuerdo de la Guerra Civil, que creíamos alejado, pero que tal vez el Rey ya vea venir con su deplorable cortejo de lágrimas y sangre, porque es propio de nuestros políticos no aprender nada del pueblo que pretenden gobernar.
En este caso, todos los efectivos enviados por el ministro de Interior al Valle de los Caídos para reprimir la supuesta reacción ante el fallo del Tribunal Supremo se han encontrado con la sensatez, el respeto a las decisiones judiciales y el no menos precioso de los sentimientos religiosos: la resignación. Don Francisco Franco descansará en un templo no tan espacioso, pero sí devoto y adornado con primor con la imagen de la Virgen de Covadonga. Seguro que nos lo perdonará, y aún agradecerá, desde el cielo.
Sin embargo, teniendo teóricamente por civilizados y pacíficos a los de su signo político, Sánchez habrá sufrido un gran marasmo al comprobar, a su pesar, que el movimiento independentista no es más enemigo de España que lo es de la autoridad como fuente de justicia, y que está compuesto de seres afectos a una idea rabiosa que morirá con ellos, que han acariciado siempre y que constituye su único dogma.
Basta mirar al rostro de los que componen ese enjambre de vándalos para conocer el terror que les causa la sola idea de que España acepte el reto. Por ello, ante la deplorable imagen del Gobierno, agitando pasiones bajas y fomentando galvanizado las que desatan otros, el rostro de la Princesa Leonor llama a levantar el espíritu al nivel de la hidalguía y de las grandes cualidades cívicas y morales del pueblo español.
Cuenta ella con Dios en el cumplimiento de los deberes que le han sido encomendados y en la gloriosa obra de servir a España y a los españoles.
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