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La Iglesia indepe catalana

27 de Octubre del 2019 - Miguel Ángel Forascepi Roza

Este artículo empezó a gestarse hace meses, con ocasión de un comunicado de la autodenominada “Conferencia episcopal tarraconense” en apoyo de “sus” políticos presos (16-2-2018), en el que esta se pronunció sobre la “legitimidad moral” del independentismo. Pero quedó en el baúl de la reflexión hasta que una mano de nieve la arrancó del letargo reflexivo: la reciente publicación de los comunicados de la “Fundació Escola cristiana de Catalunya” y de las congregaciones de los escolapios, de los jesuitas y de las claretianas contra la sentencia del Supremo, en defensa de los intereses de la “escola concertada catalana”, cuyos ingresos dependen, naturalmente, del Gobierno independentista de la Generalidad. La pela es la pela.

Dicen los escolapios que el fallo “es un grave atentado a los principios democráticos de nuestra sociedad y una gran violación de derechos humanos”; sostienen que los hechos condenados “no pueden ser considerados delictivos” y denuncian “vulneraciones de las garantías procesales”. Los jesuitas, por su parte, asumen el planteamiento de la “Fundació Escola cristiana de Catalunya” en el que se manipula una declaración de Juan XXIII para aplicarla a la sentencia del Supremo: “No es precisamente condenando como hay que atender a las necesidades de nuestro tiempo”. Las claretianas del colegio Cor de Maria de Sant Celoni también han comunicado que se adhieren al manifiesto a favor de los presos y contra la “represión”. Todos ellos tienen colegios en el resto de España y concretamente en Asturias: ¿defienden lo mismo los escolapios del colegio Loyola de Oviedo, los jesuitas de los colegios La Inmaculada de Gijón y el San Ignacio de Oviedo, los claretianos del colegio Corazón de María de Gijón?

No es nuevo el apoyo de la Iglesia catalana a la política independentista, a los suyos; estos son únicamente sus prójimos, solo a ellos les alcanza el “amor al prójimo”, es decir, al próximo –su sentido etimológico–, al catalán y, más en concreto, al nacionalista excluyente, cuyo Vaticano, luz y guía es Montserrat. Actúa en la misma clave nacionalista contra España que la Iglesia protestante de Alemania y Holanda –y la anglicana– a partir del siglo XVI; por la francesa a partir del XVII –obispo Bossuet, cardenales Richelieu y Mazzarino–, sobre todo con la nueva dinastía francesa en el trono de España a partir de 1700. Siempre la Iglesia cristiana luchando por el poder contra la imperial y católica España.

En cuanto a la “Iglesia tarraconense”, la mitología nacionalista se deja ver, en primer lugar, en la patrimonialización del concepto “tarraconense”, como si fuera sinónimo de catalán. Históricamente, la tarraconense fue una provincia romana que abarcó, hasta el siglo III d. C., desde la actual Galicia hasta los límites de las otras provincias romanas, la Lusitania y la Bética. A pesar de las sucesivas remodelaciones territoriales, que redujeron la extensión de la Tarraconense, esta demarcación geográfica nunca coincidió con la actual Cataluña, si bien su capital fue “Tárraco”, en el solar de la actual Tarragona.

En segundo lugar, por su deseo de afectar que son un ente real e independiente de la Conferencia Episcopal Española. Ahora bien, tal Conferencia tarraconense es un ente de razón y como tal no existe realmente: está hecha de la misma sustancia que la república catalana. Los obispos catalanes, a imitación de los políticos independentistas, llevan desde 1995 –resolución 142 del “Concilio Provincial Tarraconense”– intentando que el Vaticano reconozca estatus jurídico a esa supuesta Conferencia. Ya puestos, podrían declararse totalmente autónomos, independizándose también del Vaticano, como hicieron en su día los protestantes y los anglicanos, y así serían la inexistente jerarquía religiosa de la inexistente república catalana: Montserrat, Canterbury, y Puigdemont, Enrique VIII.

Incluso tengo el gusto de brindarles –gratis, la pela es la pela– el nombre de la nueva religión nacional de Cataluña, independiente de España y de Roma: “Catajesuanisme”. No puede ser ni cristianismo ni mucho menos catolicismo. Ser católico –“universal”– significa lo contrario de ser nacionalista, y el Cristo de la fe, también; sí fue nacionalista, en cambio, el Jesús de la historia. De ahí toma su justificación el nombre propuesto: “Cata-” es raíz común a su ser exclusivamente catalán y tiene la ventaja de que también se le identifica con “catecismo”, lo cual cuadra muy bien al asunto. En cuanto a “-jesuanisme” –cuya “j” debe pronunciarse como la de “Jordi”–, se basa en que, según una importante corriente historiográfica –Brandon, Cullman, Harris, Torrens, Bermejo, Piñero, etc.–, Jesús de Nazaret fue un nacionalista judío que luchó por liberar a su pueblo del yugo romano, igual que ellos luchan por sacudirse el yugo español: sería la liberación del pueblo catalán, bajo el gobierno de Dios, del yugo extranjero… romano y español.

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