Osoro, entre la Cruz de Asturias y el Cáliz de Valencia
Don Carlos Osoro, padre y pastor, hasta ahora Arzobispo de nuestra diócesis, se va a Valencia. Más responsabilidad y más trabajo, aunque no sea sino por ser una archidiócesis más compleja, más populosa y más extensa, donde más abundan las sectas satánicas, según ha hecho público un estudio de «Sociología Religiosa».
No se sabe si un «ascenso» eclesiástico a una responsabilidad mayor en la Iglesia, es un cargo o una carga, posiblemente, la segunda. Seguro que es una cruz. Ser obispo en España no es un título para el poder, sino una vacación para el servicio especialmente de los más pobres y necesitados. Además de chivo expiatorio para las furias del pensamiento único laicista. El obispo debe confirmar en la fe a todos los fieles y dar testimonio de la misma incluso en los ambientes más hostiles e incrédulos y/o ateos, aun cuando éstos alardeen de su agnosticismo en autobuses entre la indignación de los asustadizos y timoratos católicos, que no saben que los insipientes proclaman, según la Biblia, que no hay Dios. Es decir, proclaman el drama del humanismo ateo que sembró de campos de concentración, exterminio y muerte el viaje a la Europa Oriental y Occidental, comunista y nazi.
Don Carlos ha sido crítico consigo mismo al afirmar que «para unos lo he hecho bien y para otros mal», también ha pedido perdón a todos fieles, sacerdotes, religiosos/as y asturianos en general a los que haya causado alguna pena o algún dolor.
El obispo ha trabajado en todos los frentes que la Iglesia tiene planteados: familia, jóvenes, niños, enseñanza, mundo del trabajo. Ha visitados varias veces todas las parroquias asturianas, las rurales y las urbanas; las pobres y las ricas, si es que hay alguna actualmente; las pobladas y las despobladas.
Ha convocado el sínodo diocesano, el año santo de la Cruz de la Victoria y la Cruz de los Ángeles. Su gran pasión ha sido la Santina, a la que ha consagrado en un acto sencillo, emotivo, toda Asturias: la creyente, la indiferente y la alejada. El episcopado de don Carlos Osoro no ha sido fácil; ni mucho menos, un camino de rosas. Ha encontrado cierta contestación clerical y suspicacia secular. Adulados por algunos como criticado por otros, sí la Cruz le ha acompañado en Asturias, el Cáliz le espera en Valencia. Por eso lo incorporará a su escudo episcopal valenciano. Para él, según sus propias palabras, la lección para arzobispo de Valencia es una gracia de Dios.
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