Distorsiones del cambio horario
Hace ya un par de días que los españoles volvíamos a cambiar la hora: esa práctica que trastoca por momentos nuestros días y que es de inagotable debate por cada uno de nosotros cuando nos cala de lleno. Sin ir más allá, cambiar la hora perjudica mucho nuestro día a día, si bien la sociedad está cansada de cambiar cada seis meses y estar pendientes a ver cuándo se altera la hora. Pero da igual el sentido de las agujas que le demos al reloj, las horas de sol son las que son y no podemos estirarlas.
Insisto en que la primera exigencia que debemos hacer es la de adelantar los horarios laborales y comerciales, de ahí el ejemplo que dio Suecia en reducir la jornada laboral a seis horas. Sería muy razonable -por no decir conveniente- que en determinadas zonas españolas tuvieran horarios de trabajo, de comidas o de colegios, distintos a otras partes del país (como el archipiélago canario). Por ejemplo, salir del trabajo a las cinco en inverno y a las seis en verano; entrar a los colegios una hora más tarde en invierno que en verano, etcétera, pero no creo que los distintos intereses económicos permitieran aplicarlo.
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