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No confundir pico fino con ser de buena o mala boca

3 de Noviembre del 2019 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

No nos podemos anclar en el pasado. Aunque sí podemos decir que nuestros bisabuelos, abuelos y padres (en femenino y masculino, claro está, pues así se debe entender según nos dice nuestra madre lingüística la RAE) cocinaban de maravilla. Nadie lo debe dudar, pues lo hacían insuperablemente bien y, por tanto, no debemos movernos de esa línea tan bien trazada, respetando aquellos pasos y siguiéndolos al pie de la letra sin cambiar ni uno, sin innovar. Eso creemos algunas veces pero, querida ama/o de casa que piensas así, ¿no te das cuenta que si actuamos de esa forma quedaremos anclados en el pasado, sin avanzar, sin culturizarnos culinariamente hablando? Actuando de esa forma no habría estrellas Michelin, de las que nuestro país puede presumir, presume y goza, además de no tener apertura a unos sabores nuevos quedándonos solo con los de toda la vida, lo que nos haría seguir comiendo solo papas de maíz, pan de bellota y..., como antaño, poco más. Cómo os diría yo, aunque las comparaciones sean odiosas, es como seguir desplazándonos a pie o en burro, ignorando otros medios para hacerlo más modernos e imprescindibles hoy día.

El ser humano ha de estar siempre alerta, estudiando para avanzar, abierto a las innovaciones. Solo así podrá subsistir y no perderse en un pasado que no necesariamente siempre fue mejor.

Casi todos los que vivimos fuera de las grandes urbes y muchos de los que en ellas viven conocemos y conocen la manera de cocinar el caldo o el pote. Por experiencia y sobre todo por antigüedad, sabemos que un buen caldo o pote hecho de la forma tradicional lleva una mañana entera el cocinarlo. Es cierto que haciéndolo con cariño y con todo ese tiempo puede salir inigualable, si es que no lo echamos a perder chamuscándolo o pasándolo de punto. Pero también es verdad que la mañana entera es mucho tiempo hoy día para dedicarla toda para hacer una pota de caldo. Salvo alguna ocasión para fijar antiguos sabores y, al mismo tiempo, para que no se pierda la receta, deberíamos agarrarnos a las innovaciones a nuestra mano para hacer un buen caldo. Eso es ni más ni menos que cocinarlo en una pota de las llamadas rápidas (eléctrica o a presión). Haciéndolo en cualquiera de ellas, tardaremos solo unos 15 minutos en preparar los componentes, sumando otros cincuenta para cocinarse él solito. Mientras se cocina a una temperatura sin variaciones en lo que a grados centígrados se refiere, podemos hacer entretanto otras cosas también tan interesantes como el caldo: leer, hacer pan, tomarnos un vino en el bar vecino tan poco frecuentado actualmente, preparar un postre, sestear o, incluso, pasear. Digo pasear porque cuando vengamos de vuelta del paseo tendremos el caldo listo y calentito ya preparado para servirlo en plato hondo. Estará bien cocido, en su justo punto: las patatas, les fabes, el compango, las verduras... Ah, y si eres un sibarita como mi amigo José, puedes abrir la pota (procurando no quemarte) al terminar la cocción y añadir la verdura para que se haga solo unos minutos y se quede al "dente". José dice que le enseñó su padre a comerla así, pues recuerda que su antecesor le decía a su madre: "...echa la verdura al pote cuando por la ventana me veas salir con las vacas del prao, no antes que se pasa...". Hay que decir que su padre empleaba en llegar a casa desde que salía del prado hasta que se sentaba a la mesa solo cinco minutos.

Puedes decir, amigo lector, que no lo entiendes o que no lo compartes, pero no afirmar que no es verdad. Pues de verdad, por experiencia te diré que lo que os cuento hoy es tan cierto como la vida misma. Es más, estoy seguro que para diferenciar un buen caldo de pota hecho al fuego de leña de otro bien hecho en pota rápida habrá que tener un pico muy fino para ser capaz de notarlo, teniendo en cuenta que pico fino no es sinónimo de buena ni de mala boca. Pico fino es, más bien, comer de todo disfrutando de cada cosa, no ser plasta con los ingredientes de los platos diciendo en un restaurante que se precie, o en casa mismo: "¿Puede ser sin cebolla y sin orégano, que no me gusta? ¡Páseme más el entrecot, por favor!...". Además de irritar a los compañeros de mesa con tales peticiones, si el cocinero accede a tratarlos como le pides es más que posible que destruya el equilibrio que se busca en la buena cocina al preparar la receta. Al tiempo que, haciéndolo así, no podrás diferenciar sabores, adivinar y disfrutar de los componentes alimenticios y aderezos que componen y dan sabor al plato pues, con ese trato, desaparecerán o quedarán camuflados sin dejar rastro alguno. Así que cuando no te guste algo de lo que lleva un plato, será mejor que pidas otra cosa y no des la lata llevando de la mano a quien sabe más que tú. Y si no te gustan muchos platos quédate en casa y piensa en por qué no te enseñaron a comer como Dios manda o, mejor, espabílate ya de una vez y aprende a andar por el mundo, amigo/a, pues no es lo mismo tener "pico fino" que ser "un buena o mala boca" o, si me apuras, un maleducado culinariamente hablando.

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