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El Hospital de Jarrio, lo primero; la salud, lo prioritario

10 de Mayo del 2010 - Ramón Nicolás Fernández Cuesta (Navia)

¿Hacen falta más explicaciones para alertarnos de lo que está pasando en el Hospital de Jarrio? Basta ojear la prensa desde hace unos días para formarse una opinión.

Los ciudadanos de la zona noroccidental asturiana, que dependemos exclusivamente de él para cuidar nuestra salud, no sólo deberíamos estar preocupados por lo que ocurre –voces muy autorizadas nos están avisando– sino, también, para demandar individualmente y desde las asociaciones de que formemos parte información veraz y exigencia de que no se permitirá ni un paso atrás en la calidad asistencial –humana y técnica– a la que tenemos derecho: no podemos permitirnos la indiferencia ni la abulia.

Las organizaciones políticas y sociales tienen, de igual modo, la obligación, ejerciendo su función de representación política y de defensa de los intereses ciudadanos, de situar en el primer puesto de sus preocupaciones y demandas la atención sanitaria de la población en la actualidad, principal pilar que sustenta nuestro vacilante Estado del bienestar.

Si debe recortarse el gasto público por causa de la crisis, seguro que a todos se nos ocurrirán múltiples propuestas para conseguir tal objetivo –reducción de burocracias múltiples y repetidas, contención en los gastos suntuarios...–, pero ninguna que ponga en riesgo nuestro bienestar sanitario.

Los ciudadanos del Occidente conservan en su biografía individual la memoria de los avatares vividos por ellos, sus familiares o amigos, en la búsqueda –frecuentemente desesperada– de soluciones a los males y dolencias, camino de Oviedo. Y esa memoria, en gran medida aciaga, los faculta para reconocer lo mucho que se ha avanzado –gracias, en parte, al empeño que en ello pusieron esos mismos ciudadanos– pero, también, para no permitir ninguna mengua en lo conseguido.

Uno se apena al saber que médicos que llevaban más de una veintena de años ejerciendo su profesión en este hospital, con pleno acomodo en la comarca, han pedido su traslado. Y te sobrecoges al leer las declaraciones de nuestro querido cardiólogo, el doctor Gómez, primer director del centro que se «dejó la piel» en su puesta en funcionamiento, que denotan amargura, decepción y cansancio ante la situación enrarecida por la «falta de diálogo y buena armonía entre trabajadores y equipo directivo». En similares términos se expresaba el 18 de marzo el jefe de servicio de medicina interna, doctor Lombardero, alertando de la desaparición de la especialidad de cardiología. Unos días más tarde, el 9 de abril, cuarenta médicos hacían público su malestar y desacuerdo con ciertas medidas, en carta dirigida al gerente.

Todo esto causa alarma entre la ciudadanía, porque entiende que la correcta organización, el clima de concordia y el buen entendimiento entre todos los profesionales y entre éstos y la gerencia, es condición prioritaria para disfrutar de una buena atención como usuarios; lo contrario puede generar deterioro y pérdida de confianza y acrecentar el dolor de los que tengan necesidad de ser sanados.

Como nos recuerda el gran médico y humanista Szczeklik «en un hospital nos encontramos con la inmensidad del sufrimiento y la soledad del hombre, pero es también un lugar de esperanza –la de los enfermos que no han perdido la voluntad de vivir y la de sus familiares y amigos, que confían en una mejora que augure la curación–. Los médicos, las enfermeras y todo el personal de un hospital contribuyen a avivar estas esperanzas y a restablecer los vínculos, a menudo debilitados o incluso rotos, entre el enfermo y la población sana». Eso es lo que queremos y con serenidad exigimos.

Ramón Fernández Cuesta

Navia

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