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Don Antonio Viñayo González o el maestro casi idolatrado (I)

29 de Noviembre del 2019 - Agustín Hevia Ballina

Acabo de recibir la noticia: don José María Fernández Cardo, catedrático de Francés de la Universidad de Oviedo, ha publicado un libro sobre la figura egregia de un sacerdote amigo, el abad de la Real Colegiata de San Isidoro Hispalense de León. Ese libro lleva por título Antonio Viñayo. Abad de San Isidoro. Diccionario Biográfico. Al mismo tiempo se me trasmite la invitación para que lleve a efecto la presentación de esa como biografía del maestro recordado, sobre todo por la Biblioteca del Seminario Metropolitano, fundada por el eximio sacerdote leonés. ¡Cómo iba yo a declinar una invitación de esa índole, siendo así que, al contrario, no puedo menos de sentirme complacido y altamente honrado de que se me haga tan grata encomienda! Así fue presentada esta magnífica obra, con una gran asistencia de público, días pasados en la tan querida biblioteca del Seminario.

Uno, que siente la pasión de la bibliofilia o del amor al libro, imbricada con sus medulares esencias intelectuales, se encuentra profundamente gratificado cuando un libro novedoso, elegante, atractivo y rico en los contenidos más variados llega a sus manos, portador de mensajes cálidos y rememorativos, en que persona recordada con el cariño de la admiración más sincera y de la vivencia cálida y evocadora de un maestro, al que, en variadas circunstancias, te cupo la suerte de acercarte a su mente y pensamiento, a través de las sapiencias de quien, con su magisterio, no puede menos de sentir que una como huella de tanto saber se halla también latente e incorporada a tu espíritu y a tu corazón, dado el trato de amistad de muchos años con don Antonio.

Don Antonio Viñayo, un leonés de la más pura raigambre y bonhomía, por nacencia casi asturiano, figura egregia de ese León contemporáneo, cuya Historia no podrá escribirse sin dedicar páginas y páginas a la figura del hombre, del cristiano, del presbítero, del investigador, del “Custos Memoriáe Ecclesiae” o Archivero, del Abad y Presidente, durante cuarenta y dos años, de la entrañable colegiata de San Isidoro Hispalense, sita y vinculada a las esencias medulares de la ciudad leonesa, cual lo fue Don Antonio, que acaba de ser sacado a pública contemplación por uno de esos discípulos, que tan alto han alcanzado a enaltecer la figura del maestro bienamado, muy difícil de superar en esta original biografía del sacerdote astur-leonés -séame permitido regodearme con el regusto de unir así el gentilicio, para mí tan entrañable de “ástur”, que podemos emplear con toda verdad, puesto que a Asturias y al territorio de los ástures tuvieron vinculación las raíces eclesiales y eclesiásticas, en la Diócesis de Oviedo, de las tierras de la nacencia de don Antonio, Otero de las Dueñas. El cálamo -digámoslo con cumplida sinécdoque,- de José María Fernández Cardo nos ha logrado poner al descubierto los más insondables entresijos del alma de su biografiado y maestro inigualable, don Antonio.

Todo ello, puesto en letras de molde, en ese como florilegio o antología de epígrafes, hasta noventa entradas, dispuestas por riguroso orden alfabético, -tantas como fueron los años del maestro- que no son tales capítulos, sino resultan como los items de un genuino silabario o abecedario, del que Don José María ha ensayado una manera peculiar y novedosa de hacer biografía, de dejar constancia de la vida y virtudes de su maestro don Antonio, regalándonos como apetitoso presente y manjar deleitoso ese Antonio Viñayo, abad de San Isidoro. Diccionario Biográfico, en cuya confección ha coadunado esfuerzos de estudioso e investigador bien cumplido, con su buen hacer, con los logros editoriales de Rimpego Ediciones, que tanto se ha esmerado en la consecución de las más bellas matizaciones, en que abunda el magnífico libro, que para los lectores hemos presentado.

No me privaré tampoco de hacer cumplido elogio del Prólogo, obsequio grato de ese prolegómeno, cifrado en una sola palabra “LLOVÍA”, de resipiscencias tan poéticas, con que nos ha obsequiado Ana Súarez González, discípula aventajada del maestro eximio, que alcanzó a ser para ella don Antonio. Poder mentar aquí y ahora en mis pobres apreciaciones, añade satisfacción, dado el trato de amistad con que un servidor, a través de ponencias y comunicaciones -siempre investigaciones y elucubraciones enjundiosas y cuidadas-, en la concurrencia congresística de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España, foro al que tanto y tan repetidamente deleitó nuestra Ana, que ahora en el Prólogo viñayense te pone mieles en los labios con su palabra cuidadosamente seleccionada y grata para decir lo que por el maestro de discípulos y discípula devenida ya maestra era sentimiento de difícil expresión en los hondones de almas y corazones.

SUMARIO: 500 densas páginas en exaltación del magisterio del abad isidoriano

Don Antonio Viñayo pasó por esta vida sembrando magisterio, un magisterio que se tradujo en un rimero de publicaciones destacadas todas por la seriedad del investigador, por la profundidad de su doctrina, por la entrega generosa y altruista a derramar sapiencias, a elucidar secretos de la Historia, a dar lustre y esplendor a la Real Colegiata de San Isidoro Hispalense de León.

La figura sacerdotal e investigadora de don Antonio Viñayo se ha convertido con el paso de los años y las fechas en un referente para todos los que han emprendido tareas magisteriales y dedican su tiempo y su esfuerzo a la vivencia callada y sin alharacas de la ciencia y la dedicación a hacer de su vida una entrega, un servicio, una donación y un esfuerzo colmado de ilusiones y de metas de perennidad.

De don Antonio Viñayo puede decirse, como decía el poeta venusino Quinto Horacio Flaco, cuando proclamaba su famoso Exegi monumentum aere perennius, regalique situ pyramidum altius” (“He concluido un monumento más duradero que el bronce y más encumbrado que la planta regia de las pirámides”). Estoy seguro de que don Antonio me reprocharía por atribuir a su persona, de humildades sin medida y a su personalidad rica en facetas la cita del vate de Venusa, pero no he sido capaz de sustraerme a esa especie de corazonada que me llevaba e impulsaba a ello y a comparar las dotes de docencia y de magisterio en ambos sabios y eruditos consumados.

Tengo a la vista, en las tapas del hermoso libro que ha dedicado a don Antonio el que ha sido privilegiado con el magisterio del abad y archivero Viñayo. Siento que las pinturas asombrosas del Panteón Regio de la Colegiata leonesa me envuelven acariciadoramente, me dejan en los ojos del alma ese como regusto a meladas esencias, que los labios no dan abasto a degustar. El libro de don José María se me va infiltrando en los hondones de la mente y del corazón, en el espíritu y en el pensamiento. Leo como a hurtadillas, mariposeando de aquí para allá. Es como un ir desgranando espigas de sabiduría, en la mayor parte ya hechas esencias personales en deleitosas lecturas de otrora.

Pongo fin a esta primera entrega en exaltación y loa del maestro bienamado don Antonio.

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