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En el día de ayer...

4 de Mayo del 2010 - Julio L. Bueno (Oviedo)

Magistral ensayo de Andrés Trapiello sobre nuestra incivil contienda –«La Belle Époque. Una bonita guerra»– publicado en el «Magazine», suplemento de LA NUEVA ESPAÑA, del domingo pasado.

Quisiera creer que la ponderación con la que el escritor construye el alegato, que por sus muy medidos sesgos también pudiera estar encarrilado por una férrea autodisciplina, es, por el contrario, fruto auténtico, fluido y natural de esa tercera España en la que, a toro pasado –o a estampida pasada–, casi todos los que nos dedicamos al caballeresco y estereotipado (a veces «avestrucesco») deporte de lo intelectual hubiéramos querido vernos por aquellas recias e infaustas fechas. Claro está, de no haber tenido en el extranjero laboratorio, cátedra, mecenas o hacienda a la que huir astuta, cómoda o prudentemente. (O sea, más o menos como ahora).

Permítaseme sugerir una sola corrección. Dice Trapiello que «durante cuarenta años sólo hubo buenos y malos, y que ahora se ha generalizado la interesada idea de que todos fueron iguales». Creo que o está jugando literariamente con los tiempos, como en el elegante arranque del artículo, o don Andrés se ha perdido algo en estos últimos años. En efecto, durante casi ocho lustros sólo hubo buenos y malos según el bando de querencia o circunstancia; luego se consensuó –generosa o ilusoriamente– la idea, no muy errada, de que la guerra fue un pecado compartido del que era necesario tomar mucha distancia y asepsia para pretender un juicio histórico (y no un juicio a instancias de la Fiscalía General del Gobierno de turno, un juicio popular o un juicio de Dios). Y ahora, casi otros cuarenta años después de aquel inteligente y práctico pacto de caballeros, en lugar de ser el momento de los historiadores científicos parece que tocan timbales para dar paso al tercio de los insensatos, de los ignorantes o de los provocadores. En suma, de todos estos que, catalizados desde altas magistraturas, nos están implicando en su imaginario familiar de rencores, justicias, fabulaciones, razones, agravios y venganzas trasnochadas, tratando de imponer por decreto ley la idea de que sólo unos fueron los malos y sólo otros fueron los buenos.

No se sabe si quieren reescribir la historia con finales alternativos a gusto del consumidor o si, ignorando la física del péndulo, ansían el peligroso experimento de forzar ahora una prórroga de la contienda, a jugar entre muertos vivientes, hijos, nietos y bisnietos intelectuales o adoptivos de los contendientes del siglo pasado, ya que, afortunadamente, la mayor parte de los hijos, nietos y bisnietos naturales de los verdaderos contendientes están mayormente mezclados, y se sienten utilizados, cuando no asqueados o traicionados.

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