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El periodismo no es un quehacer menor

4 de Mayo del 2010 - Esteban Greciet

He leído con interés la entrevista que Andrés Montes mantuvo con mi antiguo compañero Lalo Azcona, publicada en LA NUEVA ESPAÑA el 25 de abril. Lalo, Ladislao de Arriba Azcona, hoy empresario y experto coleccionista de arte («y de matrimonios», asegura), fue una estrella televisiva de los años 70 y, como tal, un famoso profesional, de buena planta y palabra pronta, que antes había sido periodista de a pie en la prensa asturiana, una etapa de aprendizaje en la que puso a prueba sus dotes de intrépido reportero.

No en vano ha heredado el don de gentes de su padre, el gijonés casi ovetense Ladis, felizmente viviente, quien recibió hace unos días en Cudillero una nueva y merecida distinción. Ladislao padre, «Juan Azcona» de seudónimo, fue siempre un comunicador excepcional y un humorista impenitente, y así lo demostró en el Oviedo de mediado el siglo, en LA NUEVA ESPAÑA, en «Asturias Semanal», en diversas tertulias y con sus colaboraciones en Radio Oviedo: «Hoy se habla de» y «La canción del pobre Juan».

Recuerdo la visita que Ladis y su hijo me hicieron hace exactamente 41 años en la sede de mi primer periódico como director. Yo trataba de formar entonces un equipo joven y dinámico con el objeto de renovar el diario, aquella «La Voz de Avilés» de la familia Wes, publicación de gran solera y personalidad, no una simple edición de otro periódico. Ladis me había propuesto a un Lalo casi adolescente (18 años) que ingresó en nuestro grupo de reporteros de calle superando la prueba. No olvido las palabras del padre al despedirse: «A ver si me desbravas a este muchacho».

Subtítulo: Sobre un pequeño olvido de Lalo Azcona

Destacado: Parece claro que a Lalo Azcona los horizontes del periodismo se le quedaban cortos; para otros, como yo mismo, este vocacional trabajo no es una simple etapa, sino un apasionante destino a término

Sin duda por el tiempo transcurrido, Lalo suele olvidar esta primera experiencia al evocar su historial en el oficio. No quiero pensar que lo hace por la supuesta modestia de aquel medio periodístico local. En la espléndida historia del periódico, que escribió Luis Muñiz, queda amplia constancia de que todo el equipo consiguió transformar la publicación en un diario a la altura de los tiempos, citado con frecuencia hasta por «Le Monde». Uno de sus más activos miembros fue desde luego Lalo, quien se hizo notar en la villa, también por sus colaboraciones en Radio Popular de la COPE, con el programa musical «Requeterritmo».

Fichado enseguida por LA NUEVA ESPAÑA, en Oviedo, hizo de corresponsal en Madrid al integrarse en la Agencia Pyresa y en la patrulla de reporteros del diario «Arriba», ambos de la Prensa del Movimiento; dirigió al final del franquismo los diarios hablados de Radio Nacional, estuvo ligado a varios empeños editoriales y entró en TVE donde, como queda dicho, destacó por su fluidez verbal, su buen hacer y hasta por su asimétrico nudo de corbata.

«Fui periodista desde 1969 hasta 1983 –apunta Lalo a Andrés Montes–. Fueron catorce años en los que lo pasé muy bien (…). Pero no me veía siempre haciendo eso (…). Estoy en una actividad mucho más empresarial, de gestión de grandes grupos (…). Yo estuve en la “mili”, pero ya no voy a volver a ser soldado»…

Algún lector puede interpretar que el entrevistado valora el periodismo como un género menor. Yo quiero pensar que no quiso decir eso. Pero parece claro que los horizontes de nuestra profesión se le quedaban cortos, lo que es muy respetable y, en todo caso, de mayor rentabilidad. Para otros, como yo mismo, este vocacional trabajo, donde ganamos poco y arriesgamos mucho, no es una simple etapa, sino un apasionante destino a término.

Pienso que tendría que ser considerado un privilegio el haber formado parte de una redacción joven, en un pequeño pero influyente diario de provincias, que llegó a inquietar seriamente al Ministerio, en el que sin duda algunos aprendieron algo y en cuya renovación el mismo Lalo Azcona puso su grano de arena, lo que yo, con retraso, le agradezco.

Y donde, todo hay que decirlo, nuestro protagonista, como pidió su padre, fue convenientemente desbravado.

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