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Sobre los casos de pederastia

17 de Mayo del 2010 - Ángel García Prieto (Oviedo)

En el diario italiano «Avvenire» del pasado 18 de marzo se publican los datos sociológicos sobre abusos sexuales a menores por parte de algunos miembros del clero católico y de personas de otros ámbitos, en un artículo del conocido sociólogo de las religiones Massimo Introvigne. Allí se señala que las discusiones actuales sobre sacerdotes y pedofilia son un caso de lo que en sociología se califica como «moral panics» o «pánicos morales». Que son problemas socialmente construidos con una amplificación de los datos reales, ya sea en repercusión mediática o en la discusión política.

Aplicables al caso que nos ocupa, hay otras dos características más que definen los «pánicos morales»: «En primer lugar, problemas sociales que existen desde hace decenios son reconstruidos en la narrativa mediática y política como si fueran "nuevos" o como si experimentaran un presunto y dramático crecimiento. En segundo lugar, su incidencia se exagera con estadísticas folclóricas que, aunque no han sido confirmadas por estudios académicos, son repetidas de un medio de comunicación a otro y pueden inspirar campañas mediáticas persistentes», dice Massimo Introvigne.

En el momento actual, lo que está claro es que existen sacerdotes paidófilos o pederastas, cuyos abusos sexuales han llevado a condenas firmes, que los propios acusados han reconocido. Para explicar esta situación Introvigne se pregunta cuántos sacerdotes han sido autores de los abusos y acude a los datos más amplios y completos, que son los que existen en EE UU, pues allí en 2004 la Conferencia Episcopal encargó un estudio independiente al John Jay College of Criminal Justice de la City University de Nueva York, Universidad no católica y reconocida como la más seria institución académica del país sobre criminología.

El análisis de los datos hace ver que «muchas acusaciones se refieren al uso de medios de corrección excesivos o violentos. El llamado "informe Ryan" de 2009 –que utiliza un lenguaje muy duro contra la Iglesia–, referido a 25.000 alumnos de escuelas, reformatorios y orfanatos en este período, recoge 253 acusaciones de abusos sexuales a chicos y 128 a chicas, no todas atribuidas a sacerdotes, religiosos o religiosas, casos de diversa naturaleza y gravedad, rara vez referidos a impúberes».

Siguiendo en EE UU, advierte que en el mismo período en que un centenar de sacerdotes católicos era condenado por abusos sexuales a menores, el número de profesores de gimnasia y de entrenadores deportivos condenados por el mismo delito en los tribunales rozaba los seis mil –obsérvese que son sesenta veces más–. Y, sobre todo, «a tenor de los informes periódicos del Gobierno americano, dos tercios de los casos de molestias sexuales sobre menores no provienen de extraños ni de educadores sino del entorno familiar; por desgracia, también de los padres».

De esta última afirmación, los profesionales de la magistratura y de la psicología y la psiquiatría somos también bien conscientes, por los casos que tratamos: el mayor número de abusos a menores se da en los ámbitos domésticos y de amistades cercanas a los padres.

Con todo esto no quiero decir que haya que tapar, ni restar importancia a hechos tan lamentables –y tan necesariamente corregibles– como puede ser incluso sólo un único caso de abuso de menores por parte de un religioso o un clérigo, pero hay que ver las cosas como son, no como algunos imaginarios o ambientes anticlericales o laicistas quieran pintarlas.

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