Abrazos, besos sinceros, ¿quién no los necesita?
Abrazarse y besarse puede ser simplemente un gesto social. En la escena política, pura propaganda y en algunos ambientes un sueño simbólico. En “Heraldo”, J. Javier Rueda dice que a los líderes arrogantes “hay que exigirles que recuperen la tolerancia y la humildad”. Desde luego, si ese llega a ser el caso un día, veremos abrazos políticos de verdad. Alejandro Orús dice que “un abrazo puede ser el mejor signo de afecto y también un presagio de que lo peor está por llegar” y cita el beso de Judas. Añade también que “hoy como antaño nos gustaría creer en los abrazos y en los besos, al igual que nos gustaría creer en las palabras”. Pues yo –casi me da vergüenza decirlo– los tengo, la gente que me los da me los da porque me quieren más de lo que haya podido soñar, y... ¿qué hacer para convertir eso en un virus contagioso?, el virus del amor. Sí, sí, el amor; no el amor Eros, porque ese está también en la órbita del egoísmo en la mayor parte de los casos, sino el amor Ágape, el que se basa en principios. Así, el abrazo a la nación estaría siempre antes que el abrazo por interés personal, de partido, o de pura estrategia ganancial. El abrazo al otro no se produciría nunca hipócritamente, porque entre los principios fundamentales, además del amor o por causa del amor, están la verdad, la justicia, la lealtad, la paz, el honor, el respeto, la honradez...
El 29-11 en la entrega de premios del concurso literario que promueve la Fundación UNIR (en pro de los valores que pueden unirnos) en presencia de personalidades como el Justicia de Aragón, el comisario provincial de Policía, o el emblemático deportista Juan A. Corbalán, el simpático presentador del acto, Javi el Mago, se preguntaba qué podía significar el título de mi ensayo: “Soñé que la nieve ardía”, le respondí: “Y por soñar imposible soñé que tú me querías”. Naturalmente me llevé el mejor abrazo de la noche.
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