Ni esperado ni deseado
Mi primera cita con las urnas fue en el año 1982 y desde entonces nunca he dejado de acudir a las periódicas citas democráticas de ámbito nacional, autonómico o local. Posiblemente, semejante acto de fe y fidelidad hacia el sistema democrático tiene unas raíces domésticas que, sin duda, se nutrieron de la satisfacción y alegría transmitida por un padre que pudo depositar sus papeletas por vez primera cuando ya tenía 52 años.
Han sido numerosas las ocasiones en las que he discrepado con amigos, compañeros o familiares por mostrar dudas, desconfianza o indiferencia hacia el valor del voto, hacia la capacidad o influencia del mismo para decidir la realidad en la que vivimos. Y, ahora, uno comienza a cuestionarse si las elecciones son un tratamiento social de efecto placebo porque, independientemente de los resultados, todo parece indicar que quien de verdad controla, dirige y elige no tiene rostro definido: el mercado y los denominados entes especuladores.
¿Será la Unión Europa capaz de recuperar, fortalecer y dar sentido a la política para velar por las necesidades e interés general de la población? Porque este escenario no es el esperado y deseado por los ciudadanos.
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