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¡Tú también pope del cambio climático?

8 de Mayo del 2010 - Pedro Fandos Rodríguez (Oviedo)

Arsuaga era mi ídolo. Reconozco que ya tiene uno demasiadas canas para sostener peanas, pero era mi ídolo. Siempre me dije, mira, un compañero que deja bien alta la ciencia, que sabe comunicar sin el lenguaje críptico con el que los geólogos hacemos indigerible nuestra profesión, que incluso tú sabes que él sabe más, muchísimo más de lo que nos permiten los tiempos que corren; pero el 1.º de Mayo, día por excelencia para que la tribu sostenga peanas, leo en LA NUEVA ESPAÑA que Juan Luis, premio «Príncipe de Asturias», alertó en su investidura honoris causa por la Universidad de Burgos, sobre el peligro de los combustibles fósiles para el cambio climático (cambio antropogénico, claro).

Hubo un tiempo en el que los amigos de Radio Parpayuela me premiaban en Mieres con media hora de programa a la semana. «De la mina y lo minero», se titulaba. Recuerdo que un día lo dediqué al mito del CO2, que yo quise pronunciar «COdios». Pues eso, que se armó la divina. ¡En plena cuenca minera preñada de combustibles fósiles! Fue casi peor que el día que dije que los prejubilados éramos los hijos del neopaternalismo. Nosotros, que habíamos crecido entre bosques y chimeneas, locomotoras humeantes, curas que echaban fumo, verdades relevadas por la Revolución, tenemos que creer ahora que se están fundiendo los hielos de los polos porque lo dicen desde los púlpitos del sistema. «Ya no hay nada que hacer», me dije aquel día en Mieres; son los nuevos discursos incendiarios, es la nueva religión, así que chitón, Pedrín, que te pierdes.

Un mes antes del último caos de los aeropuertos hubo un buen puñado de amigos de Sotrondio a los que ametrallé en una conferencia sobre el mito del cambio climático (antropogénico, claro). Charo Rubiera, esa gran mujer que si llega a haber sido roja ya le habrían puesto una calle en el pueblo, me soportó, ya casi ciega la pobre, y grabó toda la disertación y me llamó para felicitarme cuando vio la que se había armado por un pedo de la Tierra. «¡Pedro, lo que tú dijiste de los volcanes de Islandia!» Pues claro, Charo, pues claro. Y la felicité por seguir siendo una librepensadora a sus años.

Por eso Arsuaga era mi ídolo, porque al menos había jugado hasta ahora a un cierto equívoco en cuanto a las nuevas religiones. Por ejemplo, ¡cuánta intención puso en el título (pero sólo en el título), de su libro «La especie elegida»! Y yo lo comprendía y se lo perdonaba porque era mi ídolo. Pero hasta aquí hemos llegado, Juan Luis. Tu quoque, Bruto, idoli mi?

Pedro Fandos Rodríguez, Oviedo

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