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COP25 y la emisión de humo púrpura

19 de Diciembre del 2019 - José María Casielles Aguadé

Tengo que confesar sinceramente que en mis casi 84 años de vida no había asistido nunca a tan monumental ceremonia de la confusión, lo que obliga a meditar sobre el fabuloso poder de manipulación en que vivimos.

La simple exaltación de la modesta figura de la joven Greta Thunberg, en edad colegial y abandono académico, ya resulta sorprendente; la heterogénea mezcla de intereses que concurren llama la desconcertada atención, y el confuso –por no decir absurdo– objetivo de las reclamaciones nos deja de piedra. Aclarémonos:

¿Existe el cambio climático? Por supuesto que sí, desde el origen de la Tierra, hace unos cuatro mil quinientos millones de años, seiscientos de ellos de actividad geológica sedimentaria.

¿Se deben estos cambios únicamente a las variables concentraciones de CO2 de causa antropogénica, por vertidos a la atmósfera? Desde luego que no, porque el hombre, como especie animal, lleva poco más de dos millones de años sobre la Tierra, y antes hubo más de diecisiete importantes cambios climáticos.

¿Cuáles son algunas de las causas posibles?: las variaciones de la actividad solar, la radiación cósmica, los cambios de excentricidad de la órbita terrestre, las variaciones de inclinación del eje terrestre, los cambios del campo magnético, los impactos de grandes meteoritos, etcétera. Como es evidente, muchos de estos acontecimientos están fuera del control humano, lo que significa que no podemos operar sobre ellos. ¿Qué sentido tiene entonces manifestarse apasionadamente contra el Sol? Los estudios más serios sobre emisiones de CO2 a la atmósfera han sido realizados entre 1820 y la actualidad, es decir, 200 años, y extrapolados muy liberalmente hasta 2100; esto es, 80 años más. Comparar este tiempo con la ya referida edad de la Tierra es simplemente ridículo.

Sí, pero es que en la COP25 de Madrid se han reunido más de 25.000 personas, y otros muchos miles más las siguen.

Vale, pero no me obliguen a comentar el pésimo gusto de miles de millones de moscas por las basuras más desagradables, ni a intentar rebatir inadecuadas estadísticas según las cuales el lugar más peligroso del mundo es la cama, porque allí mueren más personas que en cualquier otro sitio. Por presuntas razones estadísticas se podría intentar defender ante los tribunales que siete violadores múltiples tienen más razón y fiabilidad que la desdichada mujer atropellada, y otros disparates similares que nadie sensato puede aceptar.

El cambio climático, que es sin duda un hecho real, es también múltiple, en el tiempo y en las causas. Sería pues más correcto hablar de cambios climáticos, porque el actual no es único ni excepcional.

Repasando algunos antecedentes, se pueden citar y localizar cambios mucho más radicales que el que nos afecta, y con serias repercusiones en la vida terrestre durante mucho tiempo (más de 100.000 años). Ahora mismo, junto a la amenaza de incremento de temperatura de más de dos grados centígrados, otros meteorólogos no descartan la relativa proximidad del inicio de otra edad glacial. “De facto”, ya hubo unas “ferias del hielo” en Inglaterra, entre 1607 y 1608; otra en 1683-4, que provocó la congelación del Támesis, con más de 20 centímetros de espesor del hielo, y otros episodios más largos entre 1708 y 1813. ¿A qué se debe la desaforada alarma actual? Recordemos la visita del senador americano Al Gore a España, hace unos 20 años. La alarma sobre el cambio climático fue propiciada a finales del siglo pasado, y revivida sistemáticamente en las conferencias de Kioto (1997), Copenhague, Marrakech, París, y Madrid, condenando esencialmente los vertidos de CO2, ahora muy duramente penalizados en la UE con fuertes recargos económicos. Se ha comentado bastante menos que, en principio, la mayor emisión la producía USA, seguida de China, Rusia, India y Brasil. Hoy la campeona es China, seguida de USA. Se da la formidable paradoja, o desvergüenza, de que los principales contaminantes se resistieron a firmar el acuerdo de Kioto sobre esas limitaciones de emisión, y algunos de ellos, después de firmarlo, lo incumplieron y siguen en esa actitud. De esas conductas puede deducirse que la contaminación por CO2 y otros gases que produce actualmente la actividad industrial es claro indicio de ella misma, y que conseguir limitarla a los demás es una forma de reducir su creciente competitividad (la manera de dominar una carrera es correr más que los otros o frenar a los que vienen detrás). Así se explica perfectamente el “desinteresado” objetivo del acuerdo de Kioto y siguientes.

La pregunta clásica para aclarar las cosas en el medio forense es bien conocida: ¿Qui prodest? (¿A quién aprovecha?) Resulta evidente que a los países ya citados. También es evidente el grado de manipulación popular al que hemos llegado, que ha despertado interés político por la capacidad de enajenación mental que muestra.

¿Cuántas de las 25.000 personas traídas a Madrid tienen criterios científicos serios sobre los cambios climáticos?

Si los periodistas quieren saberlo, no tienen más que preguntarles individualmente por un par de cosas: ¿qué saben del ciclo de Milankovitch? y ¿qué opinan sobre los mínimos de Maunder y su repercusión en el clima? Que ustedes lo pasen bien.

Olvidaba comentar que un desbarajuste mental como el que la COP25 ha conseguido lograr es ideal para opacar cualquier desarreglo político, como los que están en curso en España y otros países, para distraer la atención de los ciudadanos y maniobrar en la oscuridad informativa. Recuerden alguna película sobre enfrentamientos de tanques y la orden de los comandantes de carro para camuflarse ante el enemigo y dificultarle su blanco: ¡Humo púrpura! La misma técnica que usan los calamares con su tinta.

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