Lealtad o traición... ¿Qué será... será?
Repasando mentalmente la historia, acabé dándole vueltas a una palabra: traición, y... ¿cómo no?, fui en busca del Diccionario de la RAE. Traición: “Delito que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”. Y... seguí leyendo. Alta traición: “La cometida contra la soberanía o contra el honor, la seguridad y la independencia del Estado”. Y, claro, ya no pude apartarme de mis elucubraciones... La traición, en general, se corresponde con la vida toda, desde la traición a uno mismo, a sus principios, la traición de quien ha depositado su confianza en nosotros, la traición a la esposa antes de que la muerte te separe, o la traición al otro firmante del documento, sea el que sea. Y ya viene a continuación la lealtad que se nos supone o que se debería tener más allá de un compromiso pactado; supongo que aquí es donde se alcanza, o no, la pequeña grandeza reservada a los seres humanos. Lo de la traición a la patria queda excluido más que por supuesto de los seres de personalidad noble, de los poseedores de grandeza, sea del tamaño que sea. Bueno... y para qué darle vueltas a qué clase de traición es la de un funcionario que cobra del Estado y traiciona al Estado.
Siguiendo con el debate o combate al que me somete a todas horas mi otro yo, me preguntaba sobre la lealtad a Dios. Por un lado, están los que hicieron algún tipo de compromiso público, sea con o sin especificaciones, sea en conciencia o no de su significado, y si la otra parte aceptó el acuerdo unilateral. Y al fin recabé en que las condiciones no las pone el ser creado, sino el Creador. Me fui al diccionario de la Santa Voluntad de Dios y antes de encontrar la respuesta me tropecé con esta pregunta de hace 2.600 años, que me sonó asombrosamente actual: ¿por qué será que el camino de los inicuos ha tenido éxito, que todos los que están cometiendo traición viven tranquilos? (Jeremías 12:1) Lo de las condiciones de Dios... para otro día, si Dios quiere.
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