La Nochebuena de Larra y de su criado asturiano
El padre del periodismo español moderno, Mariano Larra, fue un profundo luchador contra sus propios demonios y contra los que dominaban en la España en la que las revoluciones y contrarrevoluciones se sucedían de unas a otras con velocidad de vértigo, como lo prueban sus diferentes exilios y sus vueltas a la Patria (España), que tanto quería y tanto por eso criticaba. Lo que sí descubre en toda su obra, y muy especialmente en sus últimos artículos, es una clara vocación liberal democrática. Desde su primera juventud política intentó una regeneración democrática, de la que nunca desistió a pesar de sus fracasos personales y familiares. En los últimos artículos se nota ya un claro pesimismo y desesperación. El ejemplo más claro es el artículo "La Nochebuena de 1836", la pasada en su casa con su criado asturiano, solos y enajenados, uno (Larra) por el pesimismo y el criado por el alcohol, quien sin embargo dará al escritor toda una lección crítica de su proceder vanidoso e inconsistente. Larra, supersticioso pero no incrédulo, porque el corazón del hombre necesita creer en algo y cree mentiras cuando no encuentra la verdad, se lamenta de la falsedad de la mujer, por eso dice: –¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice no quiero, porque por lo menos oye la verdad!
Lo más importante ocurre dentro de casa entre el amo y el criado astur, a quien insulta con autosuficiencia. Están ya solos en casa el criado y él, Fígaro: el criado, la verdad en figura de hombre beodo arrimado a los pies de mi cama para no vacilar, y yo a su cabecera, buscando inútilmente un fósforo que nos ilumine. Va a ser el criado astur quien le hará ver la situación de ignominia en la que vive y que hará decir al gran periodista: –Por piedad, déjame. A lo que el criado astur responde: –Concluyo: inventas palabras y haces de ellas sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. ¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor! Ten lástima ahora del pobre asturiano. Tú me mandas, pero no te mandas a ti mismo. Tenme lástima, literato. Yo estoy ebrio de vino, es verdad, pero tú estás de deseos y de impotencia.
Un ronco sonido terminó el diálogo: el cuerpo, cansado del esfuerzo, había caído al suelo; el órgano de la sabiduría periodística había callado y el asturiano roncaba. "¡Ahora te conozco –exclamé– día 24!".
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