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Vivimos una crisis del humanismo

5 de Enero del 2020 - Juan Goti Ordeñana

La historia de la cultura europea ha sido: avanzar en el descubrimiento de un humanismo. Pero parece que en estos tiempos hemos entrado en una crisis de este humanismo, al menos, como hemos considerado al estudiar la evolución de la cultura de Occidente. Pero visto por donde van las preocupaciones de la sociedad actual, podemos preguntarnos con López Aranguren: “¿Significa esto que el nuevo humanismo debe romper con el antiguo?”. Se ha empezado, al menos, por apartar de nuestra enseñanza el estudio del origen del humanismo clásico.

El humanismo de la cultura europea partió de las letras griegas, que se han reconocido siempre como expresión de una “humanitas”. Idea que se elaboró en el trabajo que realizaron la filosofía, la ética y las artes de la gran cultura helénica, pues enseñaron a valorar las cosas desde el punto de vista humano. De modo que el saber griego se dirigió a educar y refinar al hombre, frente a las culturas de los bárbaros. Por tanto, el humanismo se ordenó a crear un hombre que fuera modelo de humanidad, para el desarrollo de la persona en la convivencia social.

Los primeros que comprendieron el valor de este humanismo fueron los romanos, y creyeron encontrar en esa ideología: un modelo ideal para el desarrollo de la persona. A lo que añadieron la creación de una normativa para regular la convivencia, con lo que se creó la base de la sociedad en las naciones que han venido después.

Este humanismo que se había desarrollado a nivel de la tierra, con la introducción del cristianismo, le sobrevino el reconocimiento de un orden superior, afirmando que se completaba con la gracia proveniente de un orden sobrenatural, que no limitaba el humanismo natural, sino que lo perfeccionaba al explicar su razón de ser. Esta elaboración se hizo partiendo de la base grecolatina naturalmente, por una parte, por los Padres griegos absorbiendo del medio cultural en el que nacieron; por otra, por San Agustín, que supo aportar la enseñanza de Platón, y Santo Tomas de Aquino la de Aristóteles, con lo que se forjó el humanismo cristiano, ampliando la idea del hombre como base de la sociedad culta. De esta forma, la enseñanza del Evangelio de la dignidad de toda persona como hijo de Dios, no solo de alguna clase social, explicó la naturaleza de la igualdad y la libertad introduciéndolos como base de la convivencia y de la normativa política. Con este esquema de trabajo quedó definido el humanismo de la cultura de Occidente, y marcado que el orden natural debe ser perfeccionado con un orden sobrenatural que explica la grandeza del hombre. Por tanto, la dignidad de toda persona, la igualdad y libertad como fundamento de la sociedad, es una creación de la doctrina cristiana.

Queriendo el Renacimiento despertar el humanismo clásico, pretendió volver a la consideración de la erudición grecolatina, pero redujo el problema a una cuestión literaria y artística. Con ese estudio superficial del tema, olvidando toda transcendencia, y sobrevalorando, como valor absoluto al hombre, mostró la tendencia que fructificará en la época moderna de considerar al ser humano, en sí mismo, como factor de todo, y sin mirar más allá, reduciendo la idea a un antropocentrismo.

En estos momentos aquel humanismo clásico ha entrado en crisis, y la enseñanza actual se está olvidando de explicar nuestra tradición humanística. Este tema debe ser objeto de reflexión, y estudiarlo en toda su importancia, y por ello la ideología moderna marcha por caminos que no reflejan el estudio del ser humano, sino que se le da un sentido contrario: con el aborto, el feminismo descabellado, el que haya más cuidado de los animales que de los niños, etcétera.

En la hora actual se pretende crear nuevos humanismos, que López Aranguren resume: “Son cuatro fundamentales, los nuevos humanismos que se proponen al hombre moderno: el ‘humanismo planetario’, es decir, no meramente grecolatino […], el humanismo democrático progresista, el humanismo marxista y el humanismo existencialista”.

Como puede advertirse, estos humanismos modernos quieren desprenderse del humanismo clásico grecolatino y del cristiano, creando ya un ideal planetario, con el problema del calentamiento global, creyendo ser efecto de la acción del hombre, con el desprecio del nacimiento de los hijos y una mayor preocupación por los animales. El progresista que se reduce a un eslogan de un progreso indefinido, dejando de lado las necesidades de la persona real por un ideal de un avance infinito de no se sabe qué es, ni adónde va. El humanismo marxista que, nacido de una interpretación especulativa de la historia, ha terminado en la mayor degradación de la persona en la democracia soviética del gulag y de millones de muertes. En cuanto al humanismo existencialista, que se opone a todos los otros humanismos y, en especial, al humanismo cristiano, por su forma de estimar la “humanitas”, principalmente defendido por Sartre, se dirige a un empobrecimiento y humillación del ser humano, y le introduce en la miseria moral.

Los tres primeros humanismos optan por una ideología eminentemente utópica, soñando en la grandeza del mundo planetario sin bajar a la realidad del hombre que anda en nuestros pueblos, esto es, un humanismo sin el hombre. El humanismo existencialista se opone a todos ellos al degradar y empobrecer al mismo concepto de la persona humana, pues aboga por una decadencia consciente del valor humano, por lo que podría mejor calificarse de antihumanismo.

Por tanto, bien podemos decir que estamos en una crisis del humanismo clásico. Sin embargo, el nuevo humanismo que tiene que enfrentarse con nuevas situaciones de asumir la progresiva técnica, y la justicia social, no debería prescindir del humanismo clásico. No solo porque nos dio las pautas de la comprensión del hombre, sino porque creó la esencia de las relaciones sociales. En segundo lugar, porque no podríamos comprender lo que somos si borramos el origen de donde venimos.

La confrontación con el mundo grecorromano, y la configuración que le dio el cristianismo con la dignidad de la persona, y, en consecuencia, con los principios de igualdad y libertad, aun con la secularización que se quiera, es la única forma de conocernos. Por tanto, el humanismo del hoy, si se le quita esa base tradicional, se limita al comprender lo que somos, por lo que deberíamos pensar en un renacimiento del humanismo como dice Berdiaeff: “En la historia es posible un renacimiento, dando a esta palabra el sentido de una retrospección de los modos antiguos de creación, pero ningún renacimiento puede ser un retroceso, es decir, la restauración de una época vivida. Los principios creadores de las épocas pasadas, hacia las que miran los renacimientos, actúan en un nuevo ambiente muy complejo, entran también en una relación muy compleja con nuevos principios, y crean tipos de cultura completamente diferentes de los tipos antiguos”.

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