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La gran poesía de Pérez de Ayala

13 de Enero del 2020 - Antonio Parra Galindo (Cuideiru)

"Yo he meneado el plectro y enarbolado el sistro en palcos inútiles para pasar el rato" ("El sendero andante", por Ramón Pérez de Ayala, Editorial Renacimiento, 1924), frase cincelaria para presentar un poemario. Don Ramón, el gran don Ramón, no el de las barbas de chivo, sino elegante, sartorial, civilizado y escéptico, se manifiesta como un gran poeta. En este libro, uno de los menos conocidos que tuve la suerte yo de hallar en ca Riudavets, en Cuesta de Moyano, canta a Azorín y a Oviedo y la vida pastoril. Sube y baja las cuestas de los valles asturianos una tonada a flor de labios: "En la mañana fai fríu, a la tarde calor...". Ay aquellas carretas de bueyes duendos de paso lento y seguro uncidos a la gamella de la resignación por las caleyas de mi infancia. Escuché en estos versos el cantar de los cubos al rodar, en el tanteo de los tentemozos entre los cantos y los juramentos del boyero. "Cuesta noite ha llovido, mañana hay barro, probe del carreteru, atancase el carru"... El canto del boyero, ese rumor de vida que tiene el campo... un gran libro. Los versos de Pérez de Ayala embebecen. Tienen un halo mítico resonando entre los espondeos de las "Geórgicas" de Virgilio.

"La Regenta" es un gran libro. Azorín marchó a Oviedo en busca de Clarín... Bebamos con sosiego y yantemos con holgura. Azorín es para Ayala la hebra del tiempo enjuto que pasea con un libro delante de la catedral de Vetusta. Con poemas bajo el brazo que son corona de siemprevivas... niebla argentina, ondas fugitivas del río Nalón. El poemario al que se refiere "La paz del sendero" es libro de juventud escrito en Madrid desde la añoranza de la tierrina. Para mí, todo un hallazgo evocando escenas de las "Geórgicas" de Virgilio cuando canta a los bueyes cansinos de recio pelo. Soplando van los cutrales bajo las melenas engalanadas por la testuz a la sombra de la quijada del carretero.

Todos somos bueyes duendos -colijo- arrastrando la carreta de la existencia. El hombre es víctima impotente de su destino. Y el arte de Ayala es una anapnógrafo que mide el pulso de nuestros alientos cuando habla del cisne negro de Leda, la que puso burro a Júpiter.

En su poesía late la miel del "Cantar de los Cantares" y la hiel de los "Proverbios". Coturno alto se calza el autor en estos versos cuando retrata al maestro Azorín en Oviedo con su paraguas rojo del que cuelga la sombra de la misantropía... "Te hallas amigo en tu amada Vetusta, la noble sarcástica devota y augusta... días iguales caminando por la vereda de rosales al sol aurino y grato del otoño asturiano".

Para mí la lectura de esta "Paz del sendero" ha sido un descubrimiento que me incentiva a afirmar que Pérez de Ayala es uno de los mayores escritores de nuestro elenco. Nada que ver con don Benito el garbancero, ahora tan homenajeado.

El canario, a su lado, resulta un prosaico destripaterrones, mientras el ovetense vuela en las alas de un azor, situándose al margen del torrente de la España oficial de momios y sinecuras en la cual todos quieren ser funcionarios y vivir de las rentas del Estado. Alza contra la ramplonería galdosiana su voz crítica manejando con destreza ora el verso libre, ora la cuaderna vía, con la cual se eleva hasta la celsitud de los grandes vates castellanos.

Canta al vino, a las mujeres, y define al ser humano como sombra caediza y errabunda. Se pierde en las noches madrileñas por los cafés cantantes y rinde tributo a la bayadera de un colmado al terminar una noche de juerga.

Ay cendolilla, mujer ágil como un puñal, porque al fin y al cabo todo es danza en el universo. Lo jura por las siete cuerdas de una lira y por las siete flores de un altar haciendo junta de epigramas y redondelas.

Hermano, bebe que la vida es breve (enotecnia libemos a Baco). Hermano, juega el azar dispositivo (artes aleatorias), sumérgete entre las piernas de hembra placentera (ginofilia o artes amatorias), la vida se reduce a eso. Ars amandi y Ars moriendi. Surge Ovidio como menos no podía ser en un latinista formado en los clásicos. La onda del sufrir mundano todo fluye en vano. Sube al monte y mira al llano. Hermosos consejos para unos tiempos como los nuestros de tanta cólera. Ayala siempre fue para mí un incentivo a la excelencia para alejarse del limo de la política y las estridencias insufribles de tanto cabildeo.

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