Pedrusco
Tampoco hay que ser un lince para ver que Sánchez, con su actitud y comportamiento, no es de los que tienen dotes de “hombre de Estado”. Ni se aproxima de lejos a ser un Adolfo Suárez, ni tampoco un Felipe González.
Sánchez no sabe parlamentar: salta a la vista que es una persona con escasa preparación. Y se nota que cuando habla, además de ser creído y torpe, solo lo hace para quienes le votan: las denominadas “bases del partido” y, faltaría más, para los separatistas, para los propios terroristas –impresiona que esté colaborando con los violentos como vimos en el debate de investidura– y también habla para la madre que los parió a todos ellos. Lo nunca visto en alguien con un cargo como el suyo. Más bien parece comportarse como un sinvergüenza.
Por otra parte, el hecho de que sepa idiomas no quiere decir que sea una persona culta, preparada y con talento. Eso ayuda, claro, pero también por momentos que le falte algún hervor. No es una persona, además, que sepa granjearse aprecios y, de ver en la calle, te entren ganas de aproximarte a saludar; excepto para algunas que lo tienen por guapo: es el supermodelo, usted ya me entiende. Con su costumbre de decir hoy una cosa y mañana la contraria hace méritos para ganarse antipatías y desprecios. El señor Sánchez, tampoco es ningún secreto, no tiene carisma. Lo que prevalece es que tiene “cara”. Le echa “morro al asunto”, como viene demostrando cada dos por tres.
En la historia de los presidentes del Gobierno de España –¿para cuándo una presidenta?–, Sánchez el Profanador, cada día que pasa, se parece más a una china. Esa molestia que tenemos en la bota o en el zapato cuando nos entra un resto de grava y lastra nuestro caminar.
Contrariamente a lo que debe ser el principal objetivo de una persona como Sánchez dedicada a la política, facilitar la vida a los ciudadanos, él puede que esté ahí solo para seguir con el pavoneo ante nuestras narices mientras gasta el dinero de todos. Como aciertan a decir nuestros mayores: “Ancha vida que el rey paga”.
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