Pepa Flores
¿Quién no estuvo enamorado de Marisol? Creo que los de mi generación lo estuvimos todos. De este lado del Atlántico y del otro. No nos perdíamos ni una sola de sus películas. Cine rancio, de historias cutres y bobaliconas, para mayor gloria del franquismo, que encontró en Marisol y sus personajes el talismán del entretenimiento, junto con los triunfos del Real Madrid en la España de los sesenta que empezaba a sacudirse el polvo de la represión.
Niña prodigio, empezó muy pronto su carrera cinematográfica con musicales infantiles (“Cabriola” puede ser la más representativa de esta etapa). Procedía de una familia muy humilde, pero su afición por el cante y baile flamencos le abrió las puertas para incorporarse, siendo todavía una niña, a los “Coros y Danzas” de la Sección Femenina del franquismo. Con tan solo 12 años, recibió el premio a la mejor actriz infantil en la Muestra de Venecia.
Lo que nadie conocía o sabía era lo que acontecía entre bastidores. Entre los gerifaltes del régimen, ávidos del placer clandestino, antes de entrar a la misa de los domingos y, entre capea y capea, entre cacería y cacería, sus libidinosas miradas iban dirigidas hacia la niña prodigio, hacia la niña del régimen... porque era suya. Los prohombres de la dictadura tenían como tapadera un chalé en El Viso (Madrid) por donde desfilaban a contemplar a “su Marisol” desnuda. Así lo contó hace años al periodista Francisco Umbral y así lo testifican Javier Aguilar y Miguel Losada, en la única biografía autorizada por ella y publicada en el 2008 por T&B Editores.
Su toma de conciencia artística y política le llegó de la mano de Antonio Gades. El más grande bailador, después de Miguel de Molina. Militante antifascista, con carné del Partido Comunista. Fue el amor de su vida, con quien tuvo tres hijas. A finales del franquismo y principios de la democracia, su implicación política fue total, vendió todos los premios obtenidos durante la dictadura para ayudar a su partido, en un ejercicio de exorcismo con su pasado.
En 1986 decidió apartarse de los focos, de la fanfarria, del mundo del espectáculo, con tan solo 37 años, cuando había iniciado una carrera como actriz del verdadero séptimo arte, alejada de las manipulaciones franquistas, distanciada de ese cine vacuo y casposo y que, sin duda, le habría consagrado como una de las más grandes intérpretes del buen cine: “Los días del pasado”, “Bodas de sangre”, “Carmen”, “Caso cerrado”... de la mano de Bardem, Saura o Camus. El cine español se quedó sin saber hasta dónde podía llegar Pepa Flores. Su intensa juventud le había pasado factura. Fue una víctima más del franquismo.
Estos días, Málaga, su ciudad, se encuentra imbuida en los prolegómenos de actividades previas a la gala de los “Goya”, entre cuyos premios hay uno muy especial. La Academia de Cine ha decidido premiar a Pepa Flores con el “Goya” honorífico a toda su carrera, a sus 71 años de edad. Nadie sabe si acudirá a recoger este premio, porque quiera seguir manteniéndose alejada de los focos; mientras tanto, turistas y vecinos de Málaga podemos disfrutar, todos los días, de su mirada, de la luz de su rostro, a través de la exposición al aire libre, al pie de la Alcazaba. Málaga respira aire de Pepa Flores, no de Marisol.
Por mi parte, no he perdido la esperanza, como “vecino invernal” suyo, de encontrarme con ella, en alguno de mis paseos por la Malagueta, y atreverme a decirle que fue el amor platónico de mi adolescencia.
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