Historias para no dormir... en democracia
1978 fue el año en el que llegué a Ávila, procedente de Salamanca, a tomar posesión de mi plaza de psicólogo de la AISNA (Administración Institucional de la Sanidad Nacional) y con mi reciente estrenada diplomatura en Sexología.
Año emblemático como pocos, se respiraba un nuevo mundo, ganas de ejercer los derechos aplastados por cuarenta años de dictadura, gobiernos democráticos en ayuntamientos, diputaciones. Cortes constituyentes... un hervidero de iniciativas y de participación ciudadana desbordaban al poder político.
Por mi parte, ofrecí a la comunidad educativa y a las asociaciones de padres charlas de educación sexual, que en general fueron bien recibidas y demandadas. La asociación de padres del colegio Arturo Duperier contactó conmigo y me manifestaron su interés por estas charlas, pidiéndome a su vez que hablara antes con el director, para su aprobación.
Pedí cita con él y me presenté en su despacho. No me permitió pasar de la puerta y, desde su mesa, me inquirió: ¿qué desea? Le contesté quién era (mi nombre, mi profesión, mi trabajo...) y que venía de parte de la asociación de padres del colegio. No me permitió continuar. Me cortó en seco y me espetó: "¡Usted aquí no viene hablar de guarradas!". Mi sorpresa fue mayúscula y solo alcancé a contestarle que yo no hablaba de guarradas, que yo era un profesional y que le traía el dossier completo con el contenido de las charlas, avaladas por la comunidad científica. Noté que la cólera se hacía presente en su rostro, a pesar de que en ningún momento se quitó las gafas oscuras que oscurecían más el ambiente del despacho y encendían (por su parte) las respuestas.
Después de unos minutos de un diálogo imposible, se levantó muy irritado, abrió un cajón de la mesa del despacho, sacó una pistola, la puso sobre la mesa y gritándome como un energúmeno, finalizó la "entrevista" con un: "¡Cómo coño tengo que decirle las cosas!". Como no había traspasado el umbral de la puerta, opté por dar media vuelta y salir, completamente aturdido. No me podía creer lo que había experimentado. Era de los ingenuos que pensaban que la dictadura había muerto con el dictador.
El personaje en cuestión llegó, años más tarde, como militante del PP, a ser alcalde de Ávila, luego director general de la Policía (en el primer Gobierno de Aznar); como tal, fue el responsable de fabricar falsas pruebas para vincular el más sangriento atentado yihadista del 11 de marzo de 2004 con ETA. Senador por Ávila durante tres legislaturas y finalmente eurodiputado.
Hoy, 42 años más tarde, cuando el neofascismo (Vox), desgajado del PP, ha conseguido entrar en las instituciones, reabriendo debates que la sociedad española tenía cerrados (¿?), los fantasmas del oscurantismo franquista vuelven a sobrevolar los debates políticos. Lo del pin parental en las escuelas es lo más parecido a la educación sentimental de la Sección Femenina de la dictadura y no anda lejos del fundamentalismo islámico y del exdirector del colegio Arturo Duperier de Ávila.
En dos años España ha pasado de ser el referente mundial en derechos civiles (LGTBI, lucha feminista, violencia de género...) a volver a la lucha de los años setenta en las comunidades autónomas en las que el neofascismo impone sus normas a los gobiernos del PP/Cs.
El nuevo Gobierno de coalición en España no puede permitir que los ciudadanos de estos territorios queden desprotegidos de sus derechos constitucionales, reflejados en las distintas leyes de educación promulgadas desde la recuperación de la democracia, donde los claustros de profesores y los consejos escolares (familiares, profesores y alumnos) planifican, acuerdan y organizan las actividades escolares desde hace 42 años.
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