¿Dónde está Fernando, por favor?
El personal del HUCA se ha negado a revelarme su habitación para darle un abrazo
Si hubiera sido en la vieja Residencia Covadonga, donde conocía todos los rincones, pasillos, habitaciones, salas de estar, su capilla, morgue, UVI y luego UCI, quirófanos, otra luz me hubiera alumbrado. Era todo tan familiar y cercano.
Había pedido a mis lectores el pasado lunes, con motivo de una nota sobre el accidente ocurrido en la carretera que sube al puerto Ventana, cercano al pueblo de San Andrés, que fueran tan amables de informarme sobre la suerte que había corrido el hombre atrapado entre un airbag reventado y su sillón de conductor, luego de un terrible golpe contra el talud existente por debajo de la Senda del Oso.
Falto de información, esta mañana he visitado el HUCA, esperando encontrar el lugar donde se encuentra Fernando. Nada sé de él desde el pasado sábado. Si le han dado el alta, el estado en que se encuentra, incluso si la Dama del Alba lo ha visitado. Nada. “Solo sé que no sé nada”. Se ve que no ha corrido la noticia y que ni siquiera los familiares saben de la nota facilitada por LA NUEVA ESPAÑA.
En el centro, mostrador de información o como se le quiera llamar, “en la fachada de las paredes rojas”, como me indicaron, me envían a “Atención al paciente” de Urgencias, donde Fernando había ingresado entre las tres y las cuatro de la tarde. Me remite la funcionaria de nuevo al mostrador de información y ante la imposibilidad de obtener noticia me dispongo a buscarla por mi propia iniciativa y tomo la decisión de acercarme a las oficinas de la dirección del hospital.
Después de cincuenta años de periodismo y abriendo todas las puertas para buscar información de manera educada, taimada y hasta virulenta, si era necesario, nunca me había ocurrido aceptar la derrota, sentarme en el suelo, pensar que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y hacerme la dolorosa pregunta del camino que ha tomado la sociedad de hoy para que esto ocurra y haya que proteger los datos hasta este punto. Solo deseo saber algo de un hombre herido al que tuve la suerte de socorrer, proteger y abrazar. Por favor, ¿dónde está Fernando? Que alguien me lo diga. Yo sigo por aquí en este extraño mundo de ojos vizcos y córneas torturadas propicio al odio donde la empatía, la generosidad y la voz humana se han perdido.
Una vez más, si algo saben, en este número les estaré aguardando con afecto y agradecimiento: 617627054. Yo protejo mi identidad. Ando siempre con la cara mirando al horizonte y el corazón en la palma de la mano.
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