Toca ahorrar

25 de Mayo del 2010 - Miren Vilella Arriortua (Cudillero)

Los entendidos afirman que nuestro sistema económico, basado en la economía de mercado, asociado al capitalismo, sufre fluctuaciones cíclicas, es decir, que después de una época de bonanza sucede, tras un período más o menos transitorio, pero de forma irremediable, otra de escasez, lo de «vacas gordas» y «vacas flacas». Todo indica que estamos inmersos en una de estas crisis, y dicen los más pesimistas o realistas que la que padecemos es «la madre de todas las crisis». Para superar esta situación de la que el común de los mortales no nos sentimos responsables, los gobiernos proponen o imponen un plan llamado de «austeridad». En pocas palabras: se acabó la fiesta, toca ahorrar.

Mi amiga Rosa, con la que me encanta charlar por lo que aporta de sensibilidad y de sentido común a nuestras conversaciones, me decía el otro día que, salvando las distancias, no pueden ser tan dispares las medidas a adoptar por nuestros gobernantes para favorecer la recuperación económica del país de aquellas que tomamos, a nuestra escala, en nuestra economía doméstica. No se trata de suspender el tratamiento de ortodoncia de la niña o el curso de inglés del guaje, que consideramos fundamentales y una inversión para su futuro, pero sí recortar los gastos prescindibles y adecuarlos a nuestra realidad sin que ello suponga obligatoriamente sufrir estrecheces: pasar de 6 o de 3 a 1 mega de velocidad del ADSL, no poner el lavavajillas o la lavadora sin llenar a tope, cambiar las bombillas, apagar luces, aprovechar las ofertas del súper, recuperar aquella chaqueta o aquella prenda olvidada en el fondo del armario, y así, un montón de medidas al alcance de cada cual, que «un grano no hace granero, pero ayuda al compañero», en definitiva, priorizar gastos y reducir o suprimir otros para que el balance respecto a nuestros ingresos sea el adecuado. Elemental, ¿verdad?

Evidentemente, los indicadores «macroeconómicos», el PIB, el IBEX, la deuda externa, etcétera, son para nosotras «palabros», sin embargo, nos permitimos opinar y barajar alguna que otra cuestión que podría, a nuestro entender, aliviar el capítulo de gastos de nuestras administraciones públicas: empezando por la dedicación exclusiva de nuestros políticos a la política, redundante formulación para decir que no deberían obtener más que un sueldo y no varios, incompatibilidades por percibir ingresos del erario público, supresión de las primas por consejos de administración o similares, recurrir a asesorías internas en lugar de acudir a estudios externos y bufetes privados, reforzar las inspecciones para perseguir a los infractores fiscales, a los patronos que emplean trabajadores sin declarar, al abuso de horas extra sin computar, a la economía sumergida, que la hay, y mucha: «¿Quiere usted factura?, entonces le tengo que cobrar el IVA». Cuantas más ayudas sociales, mejor para los que las necesitan. Pero este asunto es mejorable para un reparto más coherente y equitativo, «el café para todos por igual» no es justo: ¿prima por natalidad independientemente de la cuna?, ¿medicinas gratis para todos los pensionistas –y menos mal si no se aprovecha toda la familia–, independientemente de la cuantía de su pensión? ¿Y por qué el funcionario jubilado realiza un copago, aunque cobre menos?

Y así se nos pasa la charla. Pero ni Rosa ni yo podemos arreglar cosa alguna. Nos duelen los cuatro millones y pico de parados «apuntados», porque los hay de verdad y lo están pasando muy mal, y nos duele el nulo sentido de Estado del PP, que los utiliza, los manosea, frotándose a la vez las manos con fruición en clave electoral.

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