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El alma y la voz del fado (En el centenario de Amália Rodrigues)

31 de Enero del 2020 - Ángel García Prieto

El 12 de octubre del año 2000 se celebró en el Panteón Nacional portugués un homenaje a la idolatrada Amália Rodrigues, que había fallecido el año anterior. Durante el acto, el presidente de la República le impuso a título póstumo la insignia de la Grande Cruz da Ordem do Infante D. Enrique. El cortejo con sus restos había abandonado el popular Cementerio dos Prazeres y al llegar al Panteón Nacional, tras la interpretación del himno nacional, un grupo de conocidos autores y músicos de guitarra y viola hicieron sonar seis fados, comenzando con el más famoso de los que Amália compuso, “Estranha forma de vida”, y del que había comentado: “(...) ya presentía que había sido Dios quien me tenía marcado el destino, que me dio una naturaleza para la cual nací (...). ¡Nací con esta obligación de cantar fado!”.

Amália Rodrigues (Amália Rebordão da Piedade Rodrigues) nació un día de julio de 1920 en la Rua de Martin Vaz, en el barrio da Pena, de Lisboa, en el seno de una familia que procedía de Fundão, en la Beira Baixa, y que retornó a su tierra, para dejar a la niña al cuidado de los abuelos. Durante su infancia y la adolescencia los abuelos pasaron con ella a vivir al barrio de Alcântara y allí, en la escuela, demostró su afición por la lectura y la poesía. Fue una época en que “¡cantaba todo! (...) Tenía unos 10 años y ya ponía letras a las músicas (...) Tuve siempre la idea de cómo debían ser cantadas las cosas”.

Pero las necesidades familiares obligaban a que a los 12 años comenzase a trabajar como bordadora, luego en una fábrica de chocolate y después como vendedora. En 1936 representa a su barrio en el desfile de las Marchas de Lisboa cantando el “Fado de Alcântara”. No sin oposición familiar, frecuentaba cada vez con más pasión los ambientes fadistas.

En 1939 había sido contratada para cantar en el Retiro da Severa, donde alterna con grandes del fado como Armandinho, Jaime Santos y otros. Luego, tras otra temporada en el Solar da Alegria, es contratada en el Café Luso, por la entonces increíble suma de mil escudos por noche de actuación, cuando Alfredo Marceneiro y Filipe Pinto cobraban veinte veces menos. Invitada a participar en la grabación de discos, Fernando de Freitas, Linhares Barbosa y Frederico de Brito le componen fados y a la vez comienza a actuar en operetas, estrenándose en el teatro Maria Vitória, en la revista “Ora vai tu”, en 1940. “Lo más importante de mi paso por el teatro fue haber encontrado al maestro Frederico Valério. En el Fado del Retiro, la música era un soporte de la palabra. Pero para mí, que tenía una voz, aquel fado liso no me llegaba, no me llenaba, necesitaba encontrar otra música”.

En 1943 hace su primer viaje artístico a España, invitada por el embajador portugués; tiene un primer contacto con el flamenco, que luego se va a hacer más concreto a través de su amistad con Lola Flores y la incorporación a su repertorio de esta música. Al año siguiente va a Brasil, donde tiene un rotundo éxito en el casino de Copacabana y comienza una larga y extensa carrera discográfica y cinematográfica, con ocho películas entre 1947 y 1955. La primera de ellas, “Capas negras”, es un acercamiento al Fado de Coimbra y constituyó un gran éxito en su país; le siguieron “Fado, Sol e toiros”, “Vendaval maravilhoso”, “Les amants du Tage” –esta, de producción francesa, es de Henri Verneil, de más calidad que las anteriores pero con menos éxito popular en Portugal–, “Lisboa não séjas francésa”, “Sangue toureiro” y “As ilhas encantadas”.

En 1961 se casa con César Seabra, ingeniero portugués radicado en Brasil, y se anuncia su retiro del mundo del espectáculo, pero al año siguiente regresa a su trabajo artístico, con actuaciones en Edimburgo, Londres, París, Los Ángeles y Nueva York. Los recitales y actuaciones se extienden a ciudades de los cinco continentes y se la acaba conociendo en todo el mundo, convirtiéndose en la embajadora del fado y tantas veces de Portugal.

Su estilo es muy propio, actúa con destacable autenticidad, tiene el timbre adecuado y sabe muy bien usar las pausas, la división de las sílabas, acentuar los silencios, sintonizar con las guitarras con su voz perfecta, fresca y clara. A la que añadía su gran sensibilidad y pasión interpretativa, su especial inteligencia y buen gusto para la poesía y la música, la generosa capacidad de comunicación y una entrega total en los escenarios: “La suprema alianza entre la voz, las palabras y la música”, dice de ella el escritor David Mourão-Ferreira.

Desde el comienzo de su carrera se encargó personalmente de seleccionar las letras y músicas, que compraba directamente a los autores, y, cuando alcanzó más popularidad, encargó fados a los autores más importantes, como los músicos ya citados y los letristas Luis de Macedo y David Mourão-Ferreira.

Especial referencia merece el compositor Alain Oulman (1929-1990), nacido en las Azores, hijo de judíos de origen francés; hombre de izquierdas comprometido en la crítica al régimen y que acabó siendo expulsado del país. Este autor componía un tipo de fado más moderno, que, sin apartarse de la línea clásica, superaba los de las décadas anteriores con una poesía más elaborada y culta. Ella misma hizo varias letras que, con música de Carlos Gonçalves y Fontes Rocha, tuvieron y tienen mucho éxito, y hoy siguen formando parte con frecuencia del repertorio de muchos fadistas, como son “Grito”, “Lavava no rio lavava”, “Amor de mel, amor de fel” o el famoso y apasionado “Lágrima”.

Amália, tras la Revolución de los Claveles, en 1974, sufrió la misma crisis de desprestigio que tuvo el fado desde las filas de los radicales de izquierdas; se la tachó injustamente de colaboradora del antiguo régimen, de fadista del orden natural de las cosas. En cualquier caso, superadas unas acusaciones equivocadas, el público le rindió un gran homenaje en el Coliseo dos Recreios de Lisboa en 1985, y en 1990 el presidente de la República Portuguesa, el socialista Mario Soares, le impuso la condecoración de la Ordem Militar de Sant’Iago da Espada.

Amália sigue presente en la discografía, con cientos de grabaciones que se reeditan habitualmente; se ha convertido en un mito portugués, sobre el que se realizan espectáculos musicales con su biografía; los grandes y menos grandes fadistas le dedican interpretaciones en sus veladas, y es la referencia por antonomasia de todos los artistas del fado. Los que saben poco del fado, cuando oyen cantar a una fadista, preguntan: “¿Es Amália?”. Amália es el fado, aunque el fado, por fortuna, no se acabe en ella.

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