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La felicidad personal

10 de Febrero del 2020 - José Antonio Coppen Fernández

Usurpo a Antonio Bolinches por unos instantes el título de su obra que trata del cambio psicológico a la revolución interior. Para orientarles por donde va a discurrir nuestro comentario, una cita de Inmanuel Kant, incluida en dicha obra: “La mayor felicidad del hombre es ser su causante, gozando de aquello que él mismo ha adquirido”. Las vacaciones estivales han de servir, entre otras cosas, para dedicar mayor tiempo a poner en orden las ideas, enfrascarse en la lectura y, quien esa fascinante inclinación tiene, gozar del mejor ejercicio mental que se puede realizar, es decir, escribir.

El título citado viene como anillo al dedo. Los jirones de la vida quiebran, en ocasiones, lo más profundo del ser humano. Y quiebran expectativas y, como compensación, tal vez, se abren todas. La felicidad, pues, es algo que debe preocupar acentuadamente a todos. Si se ha perdido, hay que luchar denodadamente, con todas nuestras fuerzas, para recuperarla. Alguien dijo que somos muertos de vacaciones. Este corto periodo vacacional, porque la vida es efímera, habrá que cuidarlo con el mismo mimo con se cuida un bonsái, con ilusión y con sueños, sin un ápice de odio. Puede decirse que odiar es un despilfarro del corazón. Hay que cultivar también el sentimiento de la amistad, el patrimonio más valioso de la humanidad. Y no hay que olvidar que la vida, con todas sus farsas, trabajos y sueños rotos, seguirá siendo hermosa.

Y en nuestra parcela de la mente destinada a cultivar nobles sentimientos no debe habitar esa tristeza o pesar del bien ajeno, que no es otra que la envidia. La envidia es una delatadora declaración de inferioridad. Para combatirla tenemos dos opciones: la primera, no compararnos; la segunda, vivir la comparación, en todo caso, de forma estimulante.

Hemos de profundizar para no desviarnos de la senda de la felicidad, en el intento permanente de lograr ese productivo objetivo. Y esa felicidad ha de procurarse expandirla. Es muy saludable y rentable partirla con los demás: con la familia, en el trabajo, la vecindad y las amistades. Por añadidura, es necesario hacer una valoración justa de las mieles de la vida, que no hieles, las que proporcionan los sentidos/sentimientos: ver, paladear, escuchar, oír y ejercitar el sentido del tacto. Son sobradas razones y sentimientos para, fanáticamente, aferrarse y obstinarse a practicar este bello juego que es la vida.

Para este caminar hemos de proponernos un viaje, con retorno, al interior de cada cual con el fin de penetrar en nuestra alma, salpicada en ocasiones de incertidumbre y desazones, más propias de los adultos que de los jóvenes. Durante el difícil pero apasionante aprendizaje de la vida, los jóvenes alardean de cuanto representa novedad, de su capacidad de sorpresa, del espíritu crítico y su inusitado entusiasmo en todo aquello que emprenden. Y si no fuera así, entonces no serían jóvenes, serían viejos prematuros, que también los hay. Porque al final hay que preguntarse: ¿quién es joven? Joven es aquel que aún pregunta como un niño insaciable: “Y entonces, ¿qué?". Es joven aquel que desafía los acontecimientos y se encuentra a gusto dentro del juego de la vida. Seremos tan jóvenes como grande sea nuestra fe. Y tan viejos como grandes sean nuestras dudas. En definitiva, telegráficamente creemos que puede decirse que juventud es un estado mental, no físico. Y todo ello arrogarlo desde la libertad de pensamiento, respeto y gusto de la naturaleza humana.

Es decir, para ello no podemos soslayar bajo ningún concepto la indefectible facultad de obrar de una manera u otra. Este estado corresponde al que no es esclavo, al que no está preso de sus prejuicios y condiciones, o sea, corresponde a la plenitud de la libertad. Tenemos que avanzar hacia la coherencia y el bienestar en plena libertad.

Y así vamos desgranando, tal vez sin darnos cuenta, el repertorio extraído de nuestro armario de las experiencias e ideas, para desembocar en cuanto representa libertad, esa maravillosa palabra que a veces los hombres convierten, por mor de sus intereses y egoísmos, en una condición indigna de los humanos.

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