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Soy funcionaria, a mucha honra

15 de Mayo del 2010 - Miren Vilella Arriortua (Cudillero)

En realidad, estoy jubilada, pero el «estar» no sustituye al «ser». No es más que una situación distinta. Sigo siendo funcionaria, de otro modo, como dice mi carné: de «clases pasivas». Así es, y me siento legitimada para seguir, como lo hice en mi otra condición, reivindicando la dignidad de los funcionarios y empleados públicos, tantas veces denostada.

«De todo hay en la viña del Señor» y, como en todos los colectivos, los hay buenos, regulares, peores y excelentes. La estadística y la distribución de las probabilidades conformarían una típica curva gaussiana, donde el mayor número de empleados públicos se situaría en el grueso de la campana. Es decir, que la inmensa mayoría de este colectivo de trabajadores desempeña sus funciones de forma satisfactoria.

Sin embargo, viene mereciendo por parte de sectores de la sociedad una valoración negativa y sufriendo clichés y retóricas tópicas que dañan su imagen de tal modo que el propio funcionario o empleado público siente, a veces, menguada su propia estima.

En una coyuntura de crisis económica como la que sufrimos, algunos aprovechan para alzar sus voces cada vez más estridentes y difundir opiniones cada vez más despectivas respecto a una supuesta situación privilegiada que presuntamente disfrutamos. Estas declaraciones me irritan por inexactas, injustas y engañosas. Necesitaría más papel y otro momento para porfiar estas manifestaciones. Sólo voy a remarcar, por ahora, que la selección de este personal se basa en sistemas objetivos –concursos, concurso-oposición– donde se valoran igualdad, mérito y capacidad; que su sueldo –grupo, grado, destino– tiene estrechas limitaciones; que su seguridad en el empleo es relativa y, cuando lo es, favorece su independencia respecto a la Administración empleadora, cualquiera que sea su color político.

Quiero recalcar, y más hoy, después de escuchar a ZP y sus medidas para reducir el déficit, que siempre ha recaído, recae y recaerá sobre el colectivo al que me honra pertenecer, los mayores reajustes a favor del conjunto de la sociedad. Y esto, al menos, debería merecer un justo reconocimiento.

Finalizo estas líneas para expresar en voz alta dos deseos: que ZP se deje de «templar gaitas» e hinque el diente a los «poderosos» y que los sindicatos sepan canalizar adecuadamente la expresión del descontento que no va a dejar de surgir.

Y ahora que caigo en la cuenta... ¡Estoy jubilada! ¡Congelación de la pensión!

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