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Lugares para visitar cuando se viaja a Oporto

6 de Marzo del 2020 - Ángel García Prieto

Me ha parecido advertir que no son pocos los asturianos que viajan a Oporto y aunque hay varias alternativas de ruta, quizá la más usada en la actualidad es la autopista que discurre por Benavente, Puebla de Sanabria y Verín, para entrar allí al territorio portugués, en la comarca de Chaves.

El primero de esos lugares que valen la pena conocer es el propio Chaves, la Aquae Fluviae que Trajano construyó en torno al puente de nueve arcos sobre el Tâmega, símbolo de la población, a mitad del camino en la ruta romana entre Asturica (Astorga) y Bracara (Braga). Ahora es la ciudad-mercado de las compras de ocasión domésticas, pero sobre todo es una villa que mantiene una estructura urbana con nobles monumentos civiles y religiosos, entre los que se pueden destacar una espectacular pousada enclavada en una de las fortalezas, la Praça de Camões, la iglesia da Misericordia, la Torre de Menagem y las Caldas, con aguas a más de setenta grados de temperatura, en un balneario del parque junto al río.

En Vidago, a veinte kilómetros en dirección sur, existe otro balneario y el Vidago Palace Hotel, elegante y selecta joya art déco del famoso arquitecto luso Ventura Terra, casi escondida en un bosque, perfectamente rehabilitada y adornada con mil detalles de servicio, decoración, campos de golf y tenis, que sorprende mucho, por encontrarse en tierras y parajes donde no es esperable semejante acontecimiento hotelero, que se hace un selecto punto de referencia del turismo trasmontano. El edificio se construyó a principios del s. XX, para albergar a la nobleza y alta burguesía, que iba a acompañar a los reyes en sus vacaciones en esas tierras de balnearios, tan a la moda en aquella época.

Muy cerca de allí -en Vila Pouca de Aguiar- la autopista ofrece un cruce con dos alternativas principales de recorridos similares en distancia, uno por la A-7, que pasa al lado de Guimarães, ciudad de notable interés histórico y artístico y que merece una visita, pero requiere algunas horas para visitar su centro histórico, palacio de los Bragança, castillo y otros puntos de interés. La otra opción es a través de la A-24, con dirección a la ciudad de Vila Real. Inmediatamente antes de llegar dicha población hay una salida –en dirección a São Martinho de Anta- al solar de la Casa de Mateus, uno de los lugares más emblemáticos del norte de Portugal, constituido por un palacio diseñado por el arquitecto italiano que se afincó en el país luso y adaptó su nombre, como Nicolau Nasoni.

El solar de Mateus tiene el palacio y su capilla aneja, barrocos, que se duplican en el espejo de un gran estanque; fueron construidos en la primera mitad del s. XVIII. Los edificios se alzan entre unos de los más bellos jardines de Portugal, con cedros monumentales, magnolios, castaños de indias, camelias, parterres de boj, una era de granito y un encantador “túnel verde” de tejo que limita con la cuidada finca de viñedos, origen del mundialmente conocido vino rosado que lleva la marca del solar. El palacio está amueblado y tiene una espléndida decoración de época con algunos objetos de notable valor museístico, que forman parte de la sede de la Fundación Casa de Mateus, entidad cultural de alto nivel que organiza cursos y actividades artísticas, científicas y pedagógicas.

En Vila Real, sin necesidad de entrar en la población, la autopista va ya hacia Porto, tras pasar por un túnel debajo de la Serra de Marão, tras pasarlo aparece ya maduro el río Tâmega que habíamos dejado joven en Chaves. Y vale la pena hacer un breve alto en el camino, en Amarante, otra pequeña y encantadora ciudad, que trepa por una de las colinas verdes asentadas en la caída de la sierra; poco antes de que el ya familiar Tâmega desemboque en el Douro (para nosotros Duero). En la plaza central de la población está la iglesia de su patrono, São Gonzalo, con fama de casamentero y protector de las familias y los matrimonios y que está allí enterrado. Su colorido sepulcro es el centro de una capillita situada en el ábside de la iglesia del antiguo convento que lleva su nombre; edificio rodeado de casas nobles de los siglos XVI, XVII y XVIII con ricas balconadas de madera labrada y de enrejados.

El llamativo templo, con peculiar estructura arquitectónica de predominio barroco, preside la plaza que se conjunta con el también espléndido puente de sillares de granito, la torre señera y el cimborrio construido en el s. XVIII, que constituye el núcleo de la ciudad antigua y que junto al río forman un rincón acogedor y solemne, elegante y bello.

Desde allí ya solo quedan unos sesenta kilómetros para llegar a Porto, pero, eso sí, entre un largo y tupido racimo de autopistas que dan la impresión de que te vas acercando a una población como Nueva York o así, porque los portugueses tienen cierto afán de ramificación viaria y multiplican las posibilidades de accesos. En cualquier caso al final está Porto, que bien vale la pena.

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